En los lodos del 'reality'
La telerrealidad explota fórmulas cada vez más radicales - En España tienen más éxito los espacios de debate posteriores que los propios programas
En 2005 un señor croata patentó un reality show llamado Stado. En él, un montón de ovejas competían por el favor del público, la ganadora se libraba de ir al matadero y además recibía un poema en su honor de manos de un artista local. El programa fue cancelado por aburrimiento y no sé sabe muy bien qué fue de las ovejas, pero algo quedó demostrado: en el mundo del reality no existe eso de "tocar fondo".
Unos años después, en Holanda, cuna del formato, estrenaron un show llamado De grote donorshow: una señora moribunda escogía entre tres concursantes a quién le daría un riñón cuando muriera. El programa, que resultó ser una broma, mostró a los que mandan que no hay barrera que no pueda ser rota o fracturada. De hecho, cuando el primer ministro holandés afirmó que aquella cosa estaba denigrando la imagen del país, la audiencia se dobló como por arte de magia. Desde entonces, se ha acabado la vergüenza, si puede pensarse, puede hacerse... o eso parece.
En este tipo de contenidos no existe el concepto de "tocar fondo"
El género televisivo está obsesionado con todos los tipos de famosos
Todo la anterior es innegablemente cierto, pero también lo es que el formato se ha ido perfeccionado y ha dado paso a productos más que dignos, alejados de la imagen de este tipo de televisión que -normalmente- apela a un preocupante primitivismo.
Deadliest catch sería el perfecto ejemplo de esto último: un reality empotrado en la costa pesquera de Alaska, sudando y sufriendo con algunos de los tipos más bregados del planeta, mientras las olas marean hasta a la cámara. Este show, que es casi la historia de un puñado de hombres para los que el mar y la vida son la misma cosa, ha servido para que en Estados Unidos y en Canadá el espectador pierda el miedo al reality.
Lo mismo (aunque en otra esfera completamente distinta) puede decirse de All american muslim, un programa basado en la historia de cinco familias musulmanas estadounidenses, que en uno de sus últimos episodios se atrevió a hablar de los atentados del 11-S. El lío previo fue tan monumental (con boicot incluido por parte de diversos anunciantes) que no fue hasta que el comediante Jon Stewart o el escritor Dave Eggers, junto con otras figuras de todo tipo y pelaje, salieron en defensa de TLC, la cadena se atrevió a emitir el controvertido espacio.
Como es obvio, estos ejemplos son la excepción a una norma, el lado luminoso de un género que se ha radicalizado en los últimos años hasta el paroxismo, obsesionado con las niñas ricas, los niños guapos, los famosos de primera, segunda, tercera y cuarta fila, el lujo, el sexo, las intimidades con público y un buen pellizco de humillación, que siempre viene bien.
¿Y en España? Pues lo de siempre. Telecinco sigue tirando tras 13 ediciones de los espectros de Gran hermano, con su jaula, sus ratoncitos y una presentadora que esgrime la coartada sociológica como si fuera un florete. Cuatro estrenó el lunes pasado la ignominiosa ¿Quién quiere casarse con mi hijo?, un programa que hasta podría resultar -involuntariamente- cómico si no fuera porque es un clarísimo ejemplo de televisión vergonzante. La Sexta persigue innovar (sic) con un show de famosos que se desarrollará en una autoescuela y de cuando en cuando alguna otra cadena lanza al semi-famoso/a de turno al ruedo para que después un sanedrín de lo más selecto se dedique a examinar sus simplezas con la complicidad de un entrenado respetable.
El reality en España posee una cualidad única (ya se hable de La isla de los famosos o de Gran hermano) y es que la autopsia posterior de los tertulianos de turno tiene más audiencia y resulta más sonrojante que el propio reality. Hasta en eso, "Spain is different".
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