_
_
_
_
_
Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Venganza y razón

La venganza, según las Escrituras, sólo pertenece a Dios. Uno de los más célebres comentadores del Talmud, el cabalista italiano Moisés Luzzatto, escribió que el corazón humano puede difícilmente sustraerse al sentimiento de odio y al deseo de venganza, y que por eso su fuerza consiste en sobreponerse a estas pasiones hacia las cuales su naturaleza lo inclina. Luzzatto vivió en Italia dos siglos antes del Holocausto y no sabemos si su juicio sobre la venganza hubiese sido el mismo si hubiese vivido en esos años infernales. El austriaco Friedrich Ephraim Kantor, quien escribió bajo el seudónimo de Friedrich Torberg, trató de responder a este fundamental dilema ético con una magistral fábula contemporánea. Torberg fue uno de los 10 autores antinazis (Tomás Mann y Alfred Döblin fueron otros) que el PEN Club logró salvar de la masacre hitleriana, enviándolos a Estados Unidos. En 1943, desde el exilio, Torberg publicó Mía es la venganza, cuyo título repite la terrible frase que san Pablo pone en los labios de Dios en su Epístola a los Romanos. Veintitantos años después publicó otro relato cuyo tema también es la venganza, El regreso del Golem, pero esta vez Dios cumple su amenaza a través de la mítica criatura creada de barro y de letras por el rabino Loew en el siglo XIX, en el gueto de Praga, y resucitada durante el Tercer Reich. Ambos textos son publicados ahora en castellano, en una lúcida versión de Lidia Álvarez Grifoll. Mía es la venganza cuenta la historia de Hermann Wagenseil, comandante de las SS del campo de concentración de Heidenburg, quien odia tanto a los judíos a su cargo que ni siquiera está dispuesto a concederles la muerte; Wagenseil quiere que ellos, las víctimas, sean sus propios verdugos. Aunque el Decálogo no prohíbe explícitamente el suicidio, quitarse la vida es, según la tradición judía, una abominación. Para lograr esta última degradación, Wagenseil acumula vejaciones y torturas, y los hombres condenados acaban cumpliendo con los deseos del asesino. Uno de ellos, sin embargo, resiste, y al cabo de un casi infinito interrogatorio es devuelto a su barracón, en sangre, con los huesos rotos, pero aún en vida. Entonces, uno de sus compañeros resuelve que, ya que el Señor no se ha decidido a ejecutar la prometida venganza, él lo hará en nombre de todos, él matará a Wagenseil. El aspirante a rabino Aschkenasy opone a esta decisión un razonamiento límpido: la venganza de Dios "es nuestra venganza, y nos vengamos constantemente, porque existimos y todavía seguimos existiendo". La vida, según Aschkenasy (y Luzzatto y los antiguos talmudistas), es la venganza que Dios nos otorga frente a nuestros enemigos, la vida de generaciones de perseguidos, que persiste a pesar de la muerte de millones de individuos. El futuro vengador rehúsa a escucharlo. La historia es narrada al autor en un muelle de Nueva Jersey por un hombre a la espera de sobrevivientes del campo de Heidenburg, sobrevivientes que nunca llegarán. Torberg concluye su fábula con una prueba sorprendente y concreta del cumplimiento de la promesa de Dios, prueba que el mismo narrador encarna, quizás sin saberlo. Jorge Luis Borges concluyó de la misma manera su ficción La forma de la espada, publicada sólo un año antes que la admirable fábula de Torberg. No es imposible que, para justificarse, Dios diese a conocer Sus métodos a través de dos de Sus escribas.

Mía es la venganza

Friedrich Torberg

Traducción de Lidia Álvarez Grifoll

Sajalín Editores. Barcelona, 2011

114 páginas. 14 euros

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_