A medias luces
Libros, libros, libros, como si el mundo entero fuera la cueva de Zaratustra en el Pretil de los Consejos o el cerebro mismo de Max Estrella, aquijotado, desbordado de libros. Rimeros de libros, altísimas columnas de libros a derecha e izquierda. El suelo es una extensión de libros a modo de baldosas; los personajes tropiezan con montañas de libros como escombros: fantástica, originalísima escenografía de Lluc Castells para el Luces de bohemia que Lluís Homar ha presentado en el María Guerrero. No me convence tanto, por tachón actual, el gélido pasillo de hierro (al fondo, a lo alto) por el que cruzan los personajes a modo de viaducto.
Max Estrella es Gonzalo de Castro, óptimo de tipo y de presencia. Dos o tres pegas: 1) quizás sean imaginaciones mías, pero su dicción parece modelada sobre la prosodia de Rabal en la película de Miguel Ángel Díez. ¡Peligroso eco!: es como si estuvieras escuchando a don Paco pero sin su cazalla vital en el fondo de la garganta y del espíritu; 2) cierta tendencia a tirar hacia abajo el final de las frases. La interpretación de Gonzalo de Castro crece a medida que lo hacen la ira y el dolor de su personaje, pero 3) me falta el lado visionario y alucinado de Max; el que asoma en la primera escena, cuando ve la luz exterior (mitad visión, mitad pretexto para darse las del Beri), y sobre todo en su agonía, cuando todo se le vuelve mascar ortigas y entierro presciente. Es, quizás, la parte más difícil para un actor. Ese ardor febril yo sólo se lo vi dar a Rodero. Con retórica, pero con incendio en los ojos y en la voz y en el cuerpo.
En Valle hay una fuerza física que surge del lenguaje y que aquí no acaba de manifestarse: la andadura es cansina
Se aplaude la música en directo de Xavier Albertí: mazurcas, cuplés canallas, nostalgias transoceánicas del imperio perdido
Don Latino es Enric Benavent. Me gusta su tono: siempre se tiende a esperpentizar un poco a Don Latino, a mostrarle como una alimaña desde el principio, y esto aquí no sucede. Benavent lo hace casi dickensiano (Micawber cruzado con Uriah Heep); incluso hay una cierta dulzura en el dibujo. Mejor: así la villanía del personaje nos salta mejor a la cara. Para mi gusto, el mejor del reparto es Miguel Rellán, un cómico que sabe latín: así se dice a Valle. Todavía le falta un hervor a su don Gay, aunque creo que eso se debe a que en la visita a Zaratustra le han puesto (a él, y a Max y a Latino) en hilera y de frente, talmente un tribunal de oposiciones. ¿No podrían sentarse un ratito? Pero ¡ah, su Don Filiberto! Te mete por el cuello en la redacción de El Popular, te zambulle en la época. ¿Y su Bradomín, con ceceo valleinclanesco incluido? Yo eso no lo he visto mejor en la vida. Grande, grande Rellán. Y con un vigor muy bronco y muy cierto, castiza sin excesos y con frases como trallazos, la Pisa Bien de Nerea Moreno; un poco impostada, lástima, como la madre del niño muerto: esa escena debería helar la sangre y tiene deslices de tragedia rural. Hay un par de patinazos notables. Uno: Homar ha convertido a los modernistas en un puñado de locazas incongruentes, casi travestonas. ¿Por qué? Ángel Burgos es un Dorio de Gádex muy salado, pero a condición de que no le mires el atavío. Patinazo dos: el encuentro con el preso catalán. Incomprensiblemente, porque es uno de los cuadros más furiosos y conmovedores. Cuesta creer que esté tan planisoso Rubén de Eguía, que tuvo un fulgurante debut en La vida por delante; cuesta creer (bis) que la despedida entre Max y el joven obrero brote tan desbravada y con tan poca emoción. Actores de fuste: José Ángel Egido, que arranca con un Zaratustra que parece una parodia del último Rafael Alonso, borda luego el ministro de Gobernación y remata la faena con un sepulturero casi barojiano. Y actrices: Marina Salas, una joven actriz de enorme fuerza, que apenas había pisado las tablas. Perfecta en la rabia de Claudinita, notable en la frescura y el encanto (un punto, solo un punto compuesto) de la Lunares, pero, ay, su dolor casi epiléptico en el velatorio resulta forzado y poco creíble. Jorge Bosch está muy ajustado como rey de Portugal y el secretario Diego; caricaturesco con exceso como Serafín el Bonito. Gonzalo Cunill, impecable pero en papeles inferiores a su talento: un guardia, un borracho, Basilio Soulinake. Isabel Ordaz compone una madama Collet muy alunada, como si la esposa de Max estuviera colgada de un guindo baudeleriano. Bueno, basta de listas. A modo de resumen: notable, más que notable reparto, con desiguales trabajos y discutible puesta; con escenas muy estáticas y escenas muy bien colocadas y movidas, como el epílogo, pese a que se desarrolla en la enfriante pasarela. Y se aplaude la música en directo (violín, piano) de Xavier Albertí: mazurcas afrancesadas, cuplés canallas, nostalgias transoceánicas del imperio perdido. A mi modo de ver, el principal problema son los ritmos escénicos. Hay algo un tanto paralizado en este espectáculo, una energía general extrañamente frenada. Creo que en Valle hay una fuerza física que surge del lenguaje y que aquí no acaba de manifestarse: la andadura de la función es cansina, sombrona, falta de vida. No creo yo que la atmósfera deba de ser tan oscura, tan tenebrosa (luz de Albert Faura), ni el ritmo tan litúrgico (término que siempre está muy cerca de letárgico). Quizás tenga que ver, pienso, con un excesivo respeto, una especie de sacralización del texto. Hay una alegría profunda, explosiva, expansiva, en el lenguaje de Valle, como en las grandes tragedias. Es un lenguaje con quiebros, con paradas de esgrima, con estocadas; un lenguaje que ha de cimbrearse y culebrear en los cuerpos y en las voces. Es difícil trabajar eso, lo sé, sin deslizarse hacia un expresionismo chirriante. Hay que encontrar una flexibilidad y un equilibrio que probablemente vayan surgiendo a medida que avancen las funciones. 2. Atentos: revelación en Barcelona. Y a varias bandas: Iván Morales, actor/guionista/director, firma el texto y la puesta de Sé de un lugar, el éxito sorpresa de la cartelera. Inteligente, intensa, divertidísima, entre Rohmer, Trueba (Fernando y David) y Wallace Shawn. Con dos grandes actores: Anna Alarcón y Xavi Sáez. En La Seca, la flamante sede del Espai Brossa. Esta comedia ha de verse en todos lados. Se lo cuento el sábado.
Luces de bohemia, de Ramón María del Valle-Inclán. Dirección de Lluís Homar. Teatro María Guerrero. Madrid. Centro Dramático Nacional. Hasta el 25 de marzo. cdn.mcu.es.
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