Con 'gayumbos' bajo el tutú
Delicioso e impactante este espectáculo alternativo, nueva propuesta de Alberto García que incide en su línea dura, de planteamientos comprometidos y estética tremendista usando de manera inteligente y teatral el angosto espacio, a la que suma unas ingeniosas luces que dan el tono espectral que pide la escenificación del mundo de las willis, los espíritus vengadores de las doncellas muertas de amor que centran el segundo acto del ballet romántico por antonomasia: Giselle.
En la obra de El Curro Giselle no es un pretexto, sino un enfático hilo conductor, una motivación estética profunda, revelada. Los tres artistas, con unos físicos nada convencionales que podemos llamar eufemísticamente contestatarios, aparecen ataviados con raídos tutús, verdaderos harapos que nos hablan de otro tiempo o de otras vidas pasadas. Introducen al espectador leyendo la carta de una bailarina donde se confiesa, con detalles como "ahora el personaje de mi madre (que tiene cuatro años menos que yo) me abraza".
FUCKING GISELLE
Compañía El Curro DT. Creación colectiva de Carlos A. Alonso, Violeta Frión y Alberto García. Vídeo: Escena de la locura del ballet Giselle por Alicia Alonso y el Ballet Nacional de Cuba. DT Espacio Escénico. Hasta el 21 de enero.
En el fondo, una sábana mugrienta está colocada con la gracia de una colgadura clásica, como avisando que la belleza puede estar en todas partes. El humor socarrón se cuela con los zapatos de tacón de aguja, los chicos maquillados como puertas rococó y un deambular ansioso donde se masca la tragedia.
Sucesivas pantomimas llevan y traen la acción del pasado al presente, a cual más sórdido; las candilejas delimitan un escenario dentro de otro y en aquel teatrito se deshoja la margarita: Giselle, el paradigma, más allá del tutú. La extremada acción se hace acompañar de una música golpeadora, un rock vibrante que espesa con ese feísmo tardopunk del ambiente. Las figuras grupales con cuerdas tienen fuerza, aunque falta un poco de pulimento interpretativo, pero llega un epílogo inesperado y glorioso donde todo cambia. A toda pantalla se proyecta la escena de la locura de Giselle por Alicia Alonso, primero en blanco y negro, luego a color.
Mientras tanto, los artistas se desmaquillan y doblan esmeradamente tutús y otros aderezos, los guardan en rústicos sacos de arpillera que acaso son la memoria, la idea de que las willis nos sobrevuelan siempre buscando una justificada venganza por su sacrificio, como si el poder trascendente de los zapatos de baile extendiera una sombra más allá de su simbología.
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