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La firma invitada
Columna
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Sector bancario: aligerar para relanzar

Santiago Carbó Valverde

A menudo se hace mención a la necesidad de reducir el endeudamiento en todos los sectores como una premisa para poder recuperar la senda de crecimiento perdida. La idea es que para poder echar a volar es preciso primero soltar el lastre. Las entidades financieras no son una excepción. El deleveraging bancario se ha convertido en una respuesta a estos retos, cuyas implicaciones para la salida de la crisis y la recuperación económica pueden ser muy importantes. Por deleveraging se entienden las vías por las que el sector bancario puede aligerar las presiones sobre sus niveles de deuda y sus riesgos. En particular, los bancos europeos han acumulado deuda de forma muy considerable y su apalancamiento -como la relación entre esa deuda y sus activos- se ha convertido en un problema desde varias dimensiones. Una de las más conocidas ha sido la exposición bancaria a la deuda soberana y los riesgos cruzados entre distintos países, que además se agudiza cuando parte de la solución que se está proponiendo para atajar el riesgo soberano es que sean los bancos de cada país los que sigan comprando los títulos públicos emitidos por sus respectivos Tesoros, de forma que puedan emplear esos bonos como colateral en el Banco Central Europeo (BCE) para obtener liquidez. Este proceso se retroalimenta porque, con las operaciones de refinanciación y de mercado abierto extraordinarias que está acometiendo el BCE, los bancos más saneados depositan la liquidez obtenida de vuelta en el BCE en lugar de prestársela a otros bancos.

A España le urge un saneamiento del sector bancario que elimine incertidumbres
En vez de ocultar riesgos, como están haciendo las entidades financieras de otros países europeos

Otra dimensión muy importante es el aumento de los requerimientos de recursos propios que se exigen a los bancos para cubrir sus riesgos, entre los que recientemente destacan las exigencias de la Autoridad Bancaria Europea, que para España están suponiendo la necesidad de elevar en 26.000 millones de euros el capital de máxima categoría de las cinco mayores entidades financieras.

La presión tal vez más acuciante es la necesidad de cumplir con las ratios de capital sobre activo. En este caso, el deleveraging implica que, en lugar de ampliar el numerador de las ratios de solvencia -ya que se antoja muy complicado captar inversores en un entorno de elevada incertidumbre-, lo que los bancos están haciendo fundamentalmente es reducir el denominador de esas ratios. Esto supone -como de hecho se viene observando recientemente en el conjunto de la banca europea- una disminución de volumen de activos bancarios desde varias perspectivas. Una de las más comunes consiste en vender directamente algunos activos (asset disposal) para poder destinar los recursos a incrementar capital. Otra consiste en reducir la cartera de crédito para, con ello, contar con menores riesgos, lo que puede resultar en un agravamiento del racionamiento de crédito (credit crunch) del que ya adolecen buena parte de las economías europeas.

En buena medida, gran parte de lo que refleja esta tendencia al deleveraging es la necesidad de sanear los balances bancarios de un amplio número de países europeos. España constituye una referencia en este contexto, ya que la exposición de las entidades financieras al sector inmobiliario se considera un problema de extraordinaria relevancia, cuyas soluciones ahora se discuten y son seguidas con atención por parte de los analistas e inversores foráneos. En el resto de la eurozona -dejando al margen Irlanda-, la necesidad de saneamiento y de reestructuración bancaria es también muy significativa, si bien generalmente se debe a un deterioro distinto, no inmobiliario, pero también muy importante y menos comentado. Merece la pena comparar las implicaciones que para el deleveraging bancario tienen los riesgos y deterioro de activos del caso español con lo que podríamos llamar el caso de otros países de la eurozona, porque esta comparación encierra cuestiones muy relevantes y poco conocidas por la opinión pública.

El riesgo que se tiene que reducir en España es de naturaleza inmobiliaria y, por tanto, responde a un estándar clásico de deterioro de activos durante una crisis financiera al que en la experiencia histórica se le han dado diversas soluciones, siendo las más conocidas los bancos malos. Sin embargo, en otros países europeos, la necesidad de saneamiento sigue estando relacionada -por mucho que se trate de ocultar- con los orígenes de la crisis y responde a titulizaciones de activos con escaso valor añadido y que entrañan importantes pérdidas para los tenedores de los mismos. En este caso, las soluciones son más complejas y muchos bancos centroeuropeos están adoptando ya sus propias acciones, que, lejos de resolver el problema, solo lo ocultan.

Así, por ejemplo, lo que ocurre con muchas de estas titulizaciones es que los tenedores compraron seguros de impago (CDS) para cubrirlas y la magnitud de las reclamaciones a estos aseguradores es tal que ahora se compran seguros que cubran el riesgo de impago de los seguros que originalmente cubrían los títulos. Con estos seguros se crea una estructura financiera que permite a las entidades bancarias cubrir esas pérdidas a lo largo de un periodo de tiempo más prolongado. En principio, cabría pensar que esta no es una mala solución porque las pérdidas se van amortizando poco a poco. Pero el riesgo sigue existiendo y debería tener una cobertura en términos de recursos propios cuando, sin embargo, no es así, creando además una injusticia comparativa, ya que en países como España el riesgo de los activos relacionados con el sector inmobiliario aumenta el consumo de recursos propios, mientras que en Europa los activos ponderados por riesgo son aparentemente menores y el consumo de recursos propios es también menor.

Instituciones como la Reserva Federal estadounidense o el Banco Internacional de Pagos han denunciado estas prácticas de "trucaje de modelos de riesgo" (model tweakage), pero aún no ha habido una acción que resuelva esta asimetría. Mientras tanto, el mercado puede castigar en mayor medida a las entidades bancarias españolas -porque sus riesgos resultan más observables- que a las europeas porque las argucias para tener menores exigencias de capital no se consideran un demérito comparable. Todo ello implica que las entidades financieras españolas van a tener que hacer frente a un deleveraging más significativo que sus homónimas europeas, con efectos negativos para el crédito al sector privado.

A España le urge, por tanto, resolver su problema de saneamiento cuanto antes y de una forma contundente. La participación de inversores foráneos -no siempre adecuadamente valorada- se antoja necesaria en este proceso, pero para ello hay que establecer una estructura financiera y un sistema de garantías que ofrezcan una solución de medio plazo para el deterioro de activos, al margen de que sean precisos nuevos procesos de integración y que estos puedan ayudar al proceso de saneamiento en alguna medida. La idea fundamental es que el inevitable deleveraging al que se enfrenta el sector bancario español sea un saneamiento que elimine incertidumbres, en lugar de convertirse en una vía para ocultar riesgos y desembocar en un negocio menguante y excesivamente opaco. No se puede obviar que -de forma justa o no- España es uno de los focos principales de preocupación en materia bancaria en el Viejo Continente. Las decisiones adecuadas en este contexto pueden devolver gran parte de la confianza perdida o perderla ya por mucho tiempo.

Santiago Carbó Valverde es catedrático de Análisis Económico de la Universidad de Granada y colaborador de Funcas y BMN.

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