Idilios (culturales) y amores difíciles
En lo que parece ser el invierno de nuestra resignación (aunque estemos cada vez más descontentos), también yo, como Ricardo III, daría mi reino por un caballo. Para salir corriendo, quiero decir. Para escapar, si tuviera lo que hay que tener (es decir, dinero), a uno de esos establecimientos con algo más que encanto de los que habla Màrius Carol en Hoteles para soñar (Libros de Vanguardia) y esperar allí a que escampe este tenebroso Zeitgeist que se revela sintomáticamente en la globalizada pasión por los zombis y la obsesión por la profecía que decreta el fin del mundo en 2012. Asisto atónito a esa especie de fascinación que en mucha gente de la cultura -perdón: de la industria cultural- ha suscitado el tándem Wert-Lasalle, a quienes ya se les han terminado los diez días de cortesía que otorgo a todos los que entran a gobernar (de nada, ha sido un placer). Borja Hermoso se refería al "síndrome de Estocolmo" que parece haber suscitado (en muchos que no votaron al PP) la nueva "pareja de baile" educativo-cultural. Bien visto. El cobarde carpetazo zapateril a la ley Sinde creó tal malestar entre los creadores y quienes les pagan que los rajoyitas entrantes sólo han tenido que anunciar que tomarán medidas contra las descargas ilegales para conseguir una especie de glacis de opinión tras el que perpetrar sus reorganizaciones y sinergias sin levantar demasiadas protestas. Wert tiene tablas sociológicas suficientes para saber qué es lo que debe dar a la gente para que le aplaudan, al menos de entrada. De modo que, voilà: descargas ilegales fuera (ya veremos para cuándo: por ahora los procomuneros hacen horas extras para bajarse todo, y el resto, antes del deadline). Otrosí: si se rebaja el Ministerio de Cultura a Secretaría de Estado, lo mejor es dar a tragar la píldora con un nombramiento por encima de toda sospecha de integrismo cultural. De modo que coloquemos en su casilla al alfil Lasalle, tertuliano culto que se lo ha venido currando. Su toma de posesión constituyó un pequeño acontecimiento al que, según algún medio, asistió "la flor y nata del mundo de la cultura" (falso: yo no estuve). Así que, ¡pumba!, se trocea la Dirección General del Libro, Archivos y Bibliotecas, al tiempo que se consigue que a (casi) todo el mundo le parezca bien. Porque, en el fondo, la gente es tan bondadosa como los personajes de Aki Kaurismäki (no se pierdan El Havre, por favor). Y esa degradación administrativa tiene su aquel inquietante, sobre todo si se tiene en cuenta la que está cayendo en este poderoso sector, al que cada día le crecen los enanos (incluso digitales) y que posiblemente registre en el primer trimestre de 2012 el mayor porcentaje de devoluciones librescas de toda su historia. Pero da igual: según deduzco de los datos que va publicando la Agencia del ISBN, en 2011 -el año malo antes del peor-, habrá aumentado otra vez la producción de títulos. Cierran librerías y reina el desconcierto entre los libreros. Los fondos públicos para bibliotecas se han recortado dramáticamente desde 2008; el subsector del libro de texto sigue sufriendo el caos de los taifas administrativos; el libro digital continúa con el IVA por la estratosfera. En fin, termino con una muestra autobiográfica del Zeitgeist arriba mencionado: tras ímprobos esfuerzos, peregrinajes y sobornos, conseguí adquirir para la hija de una amiga una muñeca (la Draculaura) Monster High de la firma Mattel, cuya rotura de stocks ha sido de libro (e, incluso, de archivos y bibliotecas). Se la arrebaté al vendedor in extremis, dejando con un palmo de narices a una dama que también la deseaba y que, a cuenta de su decepción, me obsequió con una ristra de maldiciones tan monstruosas como las que dedica Lady Anne al (aún desconocido) asesino de su marido (Ricardo III, acto 1, escena 2). Incluso hubo un momento en que me pareció que la enfurecida matrona, con ojos nublados por la ira, iba a propinarme un mordisco en el brazo, como si se tratara de una walking dead cualquiera. En todo caso, debo confesar que pagué un alto precio por el infantil trofeo: esa noche soñé que todos mis conciudadanos (y no sólo la "flor y nata" de la cultura) se habían convertido en caníbales hambrientos de carne humana, como aquellos que obsesionan al narrador de Diario de un loco, el estupendo relato (1918) de Lu Xun hoy tan difícil encontrar en muchas librerías españolas, demasiado ocupadas en gestionar (y devolver) lo efímero. Me desperté temblando y bañado en sudor helado. Cuando descubrí mi rostro en el espejo del baño me sobresaltó la sangre coagulada en torno a mi boca. Por cierto, bienvenido a su oficina, señor Lasalle.
Emprendedores
A menudo me he preguntado qué hicieron José y María con el oro que los magos orientales les regalaron (junto con incienso y mirra) por el natalicio de su primer hijo. El evangelista Mateo, muy aficionado, como Faulkner, a las elipsis narrativas, no comenta nada al respecto, de modo que tendré que preguntárselo a Gustavo Martín Garzo, cuya imaginación ya me sirvió para llenar ciertas lagunas histórico-teológicas (El lenguaje de las fuentes, 1993). Es poco probable que si el Nacimiento hubiera tenido lugar aquí y ahora, y algún visitante de país emergente les hubiera obsequiado de modo proporcional, el esforzado matrimonio se hubiera decidido a invertirlo en una librería. Sí, ya sé que, aunque cierran algunas emblemáticas -como la generalista Áncora y Delfín, en Barcelona, o la de cómics El aventurero, en Madrid-, han abierto otras a cargo de intrépidos emprendedores. Pero los tiempos parecen menos propicios, al menos hasta que se aclaren las cosas y se regule la implosión digital (ring, ring, ¿es ahí la Secretaría de Estado?). Leo en el blog Futurebook, vinculado al prestigioso semanario The Bookseller, ciertas previsiones para 2012 que dan mucho que pensar. Ahí van: el libro de bolsillo será pronto la principal víctima del libro digital; aumentará la actividad internacional de la librería Amazon, que podría adquirir algún gigante editorial anglófono con el que ampliar su división editorial y aumentar sus beneficios; se anuncia un crecimiento espectacular de la autoedición online, al mismo tiempo que un llamativo descenso del precio de las descargas. Con estas perspectivas se pone (aún más) difícil el negocio. Como, pese a todo, siempre hay locos maravillosos, intenten conseguir que el banco les conceda un crédito. Parece imposible, ya lo sé, al menos hasta que cambie la política económica impuesta por Sarkomerk y Merkozy que nos condena a restringir el gasto (y, por tanto, a no crecer). Pero consuélense pensando que en Las palmeras salvajes (Siruela), del citado Faulkner, Harry Wilbourne encuentra casualmente (en un tacho de basura) la cantidad de dinero que precisa para escapar con Carlota Rittenmeyer y emprender una nueva vida. Si la cosa funciona para un personaje de novela, no hay razón para pensar que no lo haga para quienes nos las venden. De modo que, a partir de ahora, todos a meter la mano en las basuras (sobre todo en las de los bancos).
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.