¿Y mi receta?

En pleno debate ciudadano sobre la necesidad de los recortes en servicios básicos como la sanidad, me encuentro ante una situación cuanto menos absurda. El caso es que mi médico de cabecera me recetó, entre otros, un medicamento dispensado en unidosis. Es decir, que en vez de tener que comprarme toda una caja de ibuprofeno y dejar que las pastillas sobrantes se murieran de asco dentro del botiquín al finalizar el tratamiento, en la farmacia me tenían que facilitar solamente las seis que me correspondían.

La idea ya me pareció interesante y adecuada cuando hace algún tiempo leí sobre ella en los periódicos. Por lo menos, suponía una reducción lógica y justificada del gasto farmacéutico por parte del Estado. De hecho, en otros países europeos esta forma de dispensar medicamentos está muy extendida o es, incluso, la norma.

Mi sorpresa fue que al llegar a la farmacia me dijeron que no me podían vender lo que me habían recetado porque todavía no se comercializaba. Visité un par de farmacias más hasta que en una me dijeron que pedirían el medicamento para la semana siguiente.

Al final me rendí y opté por comprar de mi bolsillo una caja de otra marca y de la que no he necesitado más que esas seis pastillas. Es decir, no solo me han sobrado 14 pastillas sino que además dispongo de una bonita receta con la que no sé qué hacer. ¿Por qué nadie se ha preocupado de poner en práctica esta política de reducción del gasto farmacéutico tan razonable?.