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EL CÓRNER INGLÉS | FÚTBOL | Internacional
Columna
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España y el síndrome del avestruz

- "Algunos animales son más iguales que otros".-George Orwell

Imagínense una jornada liguera en la que alguien hace la apuesta siguiente. El último clasificado, el Zaragoza, vence al Barcelona en el Camp Nou, el Granada gana al Valencia en Mestalla y el Atlético derrota al Madrid. No vale solo uno de estos resultados. Ni dos. Los tres se tienen que cumplir. Si no, el dinero se pierde. ¿Habría alguien capaz de embarcarse en semejante locura aunque no hubiese en juego más que cinco euros? Salvo que se tratase de alguien sin el más mínimo conocimiento del fútbol, no. Sería tirar cinco euros a la basura.

En Inglaterra, en cambio, un señor, un aficionado serio del deporte, hizo una triple apuesta el fin de semana pasado que, en cuanto a las clasificaciones en la tabla, correspondía exactamente a la imaginaria que acabamos de proponer en la Liga española. Apostó cinco libras a que el Blackburn Rovers vencería en Old Trafford al Manchester United (había ganado sus dos partidos anteriores por 5-0), a que el Aston Villa ganaría al Chelsea, en Chelsea, y a que el líder, el Manchester City, perdería contra el Sunderland. Acertó en todo y ganó 7.590 libras (9.192 euros).

La casa de apuestas en cuestión se consoló con la reflexión de que podría haber sido mucho peor. Si el señor hubiera puesto 1.000 euros sobre la mesa, se habría llevado millón y medio a casa.

La moraleja de la historia ya la sabemos. La Liga inglesa es más igualada, más democrática, más competitiva, más caliente, más sorprendente, más emocionante que la española. O sea, es mejor. Mucho mejor. Hablamos aquí no de la calidad artística de un par de equipos, sino de la Liga en su totalidad, del entusiasmo que despierta jornada tras jornada. Porque esos tres resultados ingleses de hace una semana no fueron ninguna anomalía (no fueron un Getafe, 1; Barcelona, 0). Unos días antes, el City, el club más rico del mundo, había empatado en casa contra el West Bromwich Albion y unos días después el United, el club que más seguidores tiene, perdería 3-0 contra el Newcastle.

La imprevisibilidad es la norma en la Premier. No importa quiénes sean los rivales. Los partidos contienen, de comienzo a fin, una cuota alta de incertidumbre y tensión. Lo normal en España cuando juegan el Barcelona o el Madrid (cada uno ha marcado ya el doble de goles que el tercero en la tabla) es que el resultado se dé por hecho. Vamos a ver show, no teatro en directo. Ver al Barça en la mayoría de los partidos es como ver Casablanca por enésima vez. Una delicia para el connoisseur, pero para los menos devotos, o los que necesitan no saber cómo acaba la película para poder disfrutar, de poco interés.

Sí, sí. Ver jugar a los dos Manchesters después de ver al Barcelona o al Madrid es, exagerando un poco, como pasar de un Ferrari a una yunta de bueyes. Y eso, para un aficionado inglés capaz de ser honrado consigo mismo, provoca cierta vergüenza. Pero también provoca vergüenza ver los estadios españoles tan vacíos y tan (relativamente) callados. La garantía de suspense, pasión y ruido que genera la Liga inglesa se traduce en muchos más millones de telespectadores globales que la española y muchos más ingresos para los clubes, lo cual provoca más vergüenza todavía, ya que España es un gran país futbolero, la selección es campeona del mundo y el Barça es campeón mundial de clubes.

Somos conscientes de que esta reflexión no es ni polémica ni original. Pero no por eso hay que dejar de insistir en el tema. Como propósito de año nuevo, todos aquellos capaces de influir sobre el destino del fútbol español deberían ponerse seriamente a pensar en medidas para evitar el derrumbe de la Liga como espectáculo, como pasión y como negocio viable. Hay demasiado en juego para sucumbir una vez más a aquella antigua enfermedad, endémica en España: el síndrome del avestruz.

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