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Necrológica:
Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Enrique de Melchor, grande de la guitarra flamenca

Acompañó a casi dos generaciones de cantaores, de Mairena a Menese

Tristemente se nos ha ido otro de los grandes, y también de forma prematura como fue la de Moraíto. La guitarra flamenca, tan brillante y rica en nuestros días gracias al incalculable legado de artistas como él, se queda no solo triste, sino irremediablemente más pobre. Porque Enrique, fallecido ayer de cáncer, era, por supuesto, un sonido, pero también un icono: durante un tiempo prolongado, su presencia se multiplicó tanto junto a las más señeras figuras del cante que él era el tocaor, el que siempre veíamos al lado del cantaor como muestra canónica de lo que significaba el acompañamiento al cante. Y no estaba ahí por casualidad ni se había ganado la confianza por cuestión de nombre, hijo como era de un reconocido maestro. Enrique era garantía de solvencia por sí mismo y porque había logrado ese difícil equilibrio entre la necesaria discreción y la apreciada brillantez. Difícil y no siempre valorado oficio este de acompañar al cante del que Enrique Jiménez Ramírez (Marchena, Sevilla, 1950), Enrique de Melchor, fue indiscutible maestro.

A ello llegó como se tienen que hacer las cosas: poquito a poco y de abajo arriba, que luego la composición y la guitarra de concierto habrían de venir solas y como resultado de lo anterior. Enrique, hijo menor del maestro Melchor de Marchena, fue con su padre a Madrid cuando este acudió a acompañar a Manolo Caracol en su tablao Los Canasteros. Como Enrique era pequeño aún para tocar, iba al tablao, pero se quedaba detrás de las cortinas repitiendo todo lo que escuchaba. De esa manera, cuando el maestro Caracol le preguntó si estaba preparado, el ya joven adolescente se sabía todo el repertorio. Debutaría en 1967 junto al jerezano Paco Cepero, pero antes había dejado registrada más de una grabación acompañando a figuras como María Vargas, La Perla de Cádiz o Romerito de Jerez -habituales en ese escenario-, junto a su padre y otro guitarrista al que él reconoce magisterio, Eugenio Ramírez, El Nani. De Los Canasteros, Enrique pasaría a Torres Bermejas y allí se encontraría con el cante de esos jóvenes que venían rompiendo: Pansequito, Caracol o Turronero. Con los años, la nómina de cantaores a los que acompañaría -en actuaciones o en innumerables discos- abarca casi a dos generaciones: de Mairena, Caracol o Chano Lobato a Lebrijano, Fosforito y José Menese; pero también Fernanda y Bernarda, Juan Villar, José Mercé, Carmen Linares, Chiquetete... Fueron tantos los que le quisieron a su lado como desconocidos los que pusieron alguna objeción a que los acompañase.

Con el tiempo, la guitarra de Enrique floreció en solitario. Y también fue grande en su faceta creadora y de concierto. Sin abandonar por un momento su fidelidad a las raíces ni al toque de escuela marchenera que su padre representó, Enrique se negó a ser simple repetidor o clon. Él ha sido un guitarrista de su tiempo, ortodoxo y a la vez moderno en su expresión, lo que le ha valido para ser faro y guía de no pocos intérpretes de la siguiente generación. De esta faceta suya queda buena muestra en grabaciones como Cuchichí (1992), Bajo la Luna (1996) y el imprescindible Arco de las rosas (1998), entre otras. Si a su obra se une su reconocida bonhomía y compañerismo, el hueco que deja entre familia, amigos y compañeros de profesión se hace más grande y doloroso.

Enrique de Melchor, en una imagen de 2010.
Enrique de Melchor, en una imagen de 2010.CARLOS ROSILLO

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