Bob Brookmeyer, trombonista atípico de jazz
Su música era un constante nadar entre la tradición y la modernidad
Fue hace algunos años. El azar, o poco menos, quiso que Bob Brookmeyer visitara España para interpretar su música en un teatro de la capital. Conocida la noticia, servidor se fue para allá grabadora en mano, por si se daba la posibilidad de cruzar unas palabras con el ilustre músico de jazz. Y se dio.
Decir que su concierto levantó una expectativa inusitada entre los aficionados madrileños sería faltar a la verdad: "Seguramente es porque no soy negro ni tomo drogas", vino a decirme, a modo de justificación. Lo cierto y verdad es que Bob Brookmeyer pasó de largo por nuestro país y habrá quien ahora se lamente pensando en la oportunidad perdida. Más después de que el artista falleciera el pasado viernes en Grantham, New Hampshire (EE UU), tres días antes de su 82º cumpleaños y algunas semanas después de la publicación de su último álbum, Standards.
Formó parte de las bandas de Stan Getz y Terry Mulligan, entre otros artistas
Robert Brookmeyer -trombonista, compositor, arreglista y pianista ocasional- nació un 19 de diciembre de 1929 en Kansas City, cuna de jazzistas ilustres como Count Basie o Charlie Parker: "Yo entonces no entendía lo que estaba haciendo Bird en Nueva York. Mi modelo eran Basie y Lester Young". Con 22 años, fue reclutado y enviado a un cuartel en Washington DC. Durante seis meses, Brookmeyer sufrió todo tipo de humillaciones por parte de un oficial de moral, cuanto menos, dudosa, por el hecho de contar entre sus amigos con algunos de raza negra. Incluso fue denunciado por su supuesto "aspecto homosexual". Liberado de toda carga, regresó a su ciudad natal, empleándose en la orquesta del saxofonista y cantante Tex Beneke, con la que viajó a Nueva York. Por aquel tiempo, sus modelos eran, todos, saxofonistas, con la sola excepción de Bill Harris, trombonista de la orquesta de Wody Herman, conocido juerguista y bebedor. A diferencia de Harris, y de la práctica totalidad de los trombonistas de jazz, Brookmeyer optó por el trombón de pistones: "Simplemente, me gusta su sonido, ¿hay algún motivo mejor?". Muy pronto se hizo un hueco entre la primera línea del jazz del momento, como miembro del quinteto del saxofonista Stan Getz, y, desde 1953, con Gerry Mulligan, en cuyo conjunto ocupó el lugar dejado vacante por Chet Baker. Por entonces, su música era un constante nadar entre las aguas de la modernidad y la tradición, un conflicto del que supo extraer todo su jugo en discos como Traditionalism revisited (1957). Dos años más tarde grabaría el que, acaso, sea su disco más insólito, tocando el piano a dúo con Bill Evans (The Ivory Hunters).
Con el tiempo, empezaría a cuestionarse algunas "verdades intocables" del jazz (los "rituales del jazz", en sus propias palabras). Su trabajo irá derivando de la ejecución a la composición: "Tocar me resulta fácil, lo difícil es enfrentarse a la página en blanco". En 1968 abandonaría Nueva York por Los Ángeles para trabajar como músico de estudio. Son los años negros del trombonista, que llegó a abandonar la práctica de la música en dos ocasiones para someterse a sendas curas de desintoxicación etílica.
De vuelta en los escenarios, se sumió en el estudio de las modernas técnicas de composición con Earle Brown. Sus nuevos arreglos para la orquesta de Mel Lewis empujaban las interpretaciones hacia el límite: "La idea es trasladar el solo instrumental al fondo del fondo". El trombonista encontró un caldo de cultivo ideal para sus ideas en Europa, donde nunca le faltaron propuestas para interpretar su música ni orquestas dispuestas a hacerlo.
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