El partido
EL PAÍS del domingo sacó una estupenda y algo apocalíptica crónica de la cumbre del clima de Sudáfrica. Se titulaba Durban se da a la fuga, porque, como no se ponían de acuerdo en nada, la cumbre se alargó día y medio más; pero hete aquí que buena parte de los delegados agarraron las maletas y se marcharon, de modo que el resto de las negociaciones, críticas y urgentes para nuestro planeta, se hicieron a contrarreloj y en una sala medio vacía. Total, que al final salió un acuerdo de mínimos, un aguachirle.
Y me pregunto yo si algunos de esos delegados que se dieron a la fuga el sábado no lo harían para irse a ver el encuentro del Madrid-Barça de ese mismo día. Porque al parecer ese partido, que por otro lado no era nada especial, y que me perdonen los forofos, quiero decir que ni siquiera era un campeonato, fue visto por 500 millones de personas en todo el planeta. O sea: más del 7% de la población mundial se amorró a una pantalla para mirar durante un buen rato como 22 tipos en calzones cortos se ponían a dar pataditas a una bola. Ahora bien, quiten a los ancianos muy ancianos, quiten a los niños muy niños, quiten a los que están en guerra y a los que malviven en campamentos de refugiados y a los que no tienen ni televisor ni electricidad; quiten todo lo quitable, en fin, y verán que ese 7% de la población es una barbaridad. Y tiene narices pensar que resulta tan fácil, tan fácil, movilizar alrededor del globo a ese gentío brutal y ponerlos a todos a ver como papanatas la misma cosa, pero tan difícil, tan difícil, poder convocar y reunir a mucha menos gente en torno a los temas de verdad cruciales en nuestra vida. Como la espantosa hambruna del Cuerno de África o como esas descafeinadas cumbres del clima en las que nos estamos jugando literalmente el futuro. Sí, seguro que más de uno de los negociadores prófugos de Durban vio el partido.