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Columna
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Declaraciones

Leo en este periódico que la Feria del Libro y el Disco de Durango mantiene en esta edición un marcado carácter político. Entre las señales de esa politización se apunta la presencia de un expositor montado por un grupo denominado Presoen lagunak, o la venta de objetos con referencias a ese mismo asunto, o la expedición a módico precio del DNI vasco. No hay duda de que en lo referente a la vertiente política de la Feria el mercadillo es monocolor. Tampoco hay duda de que, como la colocación de esos puestillos dependerá de la voluntad de quien los ponga, ese mercadillo no estará sometido a restricciones, sino abierto a la libertad de quien quiera exponerse. Nada que objetar, por lo tanto. Pero no deja de ser un síntoma llamativo el que toda la rondalla política en torno a la que seguramente es la principal muestra del mundo cultural vasco sea siempre monocolor. No soy amigo de conjeturas, pero me atrevo a proponer una: ¿qué ocurriría si una asociación de víctimas del terrorismo decidiera plantar su puestillo y desplegar sus gadget reivindicativos? Y lo que ya no es una conjetura, sino una pregunta seria: ¿qué responsabilidad tiene el mundo cultural vasco en el hecho de que la rondalla política que lo acompaña toque siempre el mismo son?

Pocos días antes de la inauguración de la Feria, Fernando Aramburu hizo unas declaraciones polémicas en Guadalajara. En un artículo posterior, publicado también en este periódico, Aramburu corregía elegantemente sus declaraciones primeras y hacía mención a los insultos que habría recibido. Aprecio la escritura y la valentía de Aramburu, también la valentía de sus declaraciones, pero cuando las leí pensé que se metía en terreno peligroso. ¡Ay, nuestras conciencias! Ignoro si los escritores vascos son o no libres, o si lo son o dejan de serlo porque están o no subvencionados. De todo habrá, y el propio Aramburu ha corregido esa declaración primera. Pero hay una verdad de fondo en su reproche al comportamiento de los intelectuales vascos en nuestra historia reciente. Hay quienes han cultivado a conciencia el calor de esa rondalla política a la que hacía mención antes, y lo han hecho seguramente porque esa era su opción política. Pero hay también una zona gris, la de quienes sin ser partícipes de ese canto no han sido capaces de levantar su voz contra él. Para eso no hacía falta escribir una novela sobre o contra ETA -al fin y al cabo, cada escritor tiene su temática-. Bastaba con acompañar, con ser solidario, con arropar con un manifiesto de apoyo a la víctima, al perseguido, aunque fuera un gesto gremial, el gesto de apoyar a otro escritor- y ha habido unos cuantos- escoltado, perseguido, exiliado. Tal vez un gesto así los exponía al ostracismo y al silencio, tal vez, pues no todos tienen la oportunidad, ni el mérito, de poder publicar, como Aramburu, en un mercado editorial más amplio. Pero, insisto, sólo tal vez. Y frente a los insultos, Aramburu merece todo mi apoyo.

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