Miles de pechugas en los premios Nobel
Los que no poseemos una gran cultura solemos criticar a los Nobel por esa manía que tienen de premiar a gente que no conocemos de nada. Este año, sin ir más lejos, nos hemos puesto las botas con el de literatura, que ha recaído en un misterioso escritor alemán con apellido de robot asesino llamado Tomas Tranströmer. Ahora bien, como no está bien alardear de tu propia ignorancia, y además ya resulta un poco tópico comentar el esnobismo nobelesco, al acercarse la ceremonia de entrega de los premios he preferido fijarme en lo que comen sus señorías en el banquete posterior.
De primeras me he llevado un pequeño chasco al descubrir que el menú de este año, como el de los anteriores, es secreto hasta el próximo sábado, día de la comilona. Sí conocemos apabullantes cifras del festín de Estocolmo: 1.300 invitados, medio kilómetro de manteles, 6.730 piezas de vajilla de porcelana, 5.384 copas de cristal, 9.422 cubiertos... y no escribo más porque a la maruja que hay en mí le entra taquicardia solo de pensar en quién va a fregar todo eso.
El menú de este año es secreto hasta el próximo sábado, día de la comilona
Un detalle conmovedor: las flores que decoran las mesas vienen todas de San Remo, no en homenaje al festival de la canción, sino porque Alfred Nobel pasó en dicha localidad italiana sus últimos años de vida. Pero centrémonos en la comida, con más datos: en una de las últimas cenas se consumieron 2.700 pechugas de pichón, 475 colas de langosta, 100 kilos de patatas, 70 litros de salsa agridulce de vinagre de frambuesa y, arg, 53 kilos de queso Philadelphia. El año pasado, la orgía se concretó en una galantina de pato con manzana, calabaza y encurtidos; un rodaballo frito con trufas, ensalada invernal y salsa de rabo de buey, y una crema bávara de chocolate con naranja.
Sin ninguna inquina contra la Fundación Nobel por haberme ignorado un año más, diré que no envidio demasiado a los asistentes. Viendo lo que se ha comido en el festejo desde 1901 -están todos los menús en la apasionante web de los premios-, reconozco que han evolucionado para bien: hace tiempo que desaparecieron los entremeses y la sopa de tortuga y, a pesar del afrancesamiento, en los últimos años se ha ido abriendo camino lo mucho de bueno que tiene el producto local escandinavo. Pero es harto complicado dar de comer bien a tanta gente, y a las bodas me remito. Además, con tanta cubertería y tanto plato tan largo de escribir, me sentiría empachado antes del primer bocado.
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