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Columna
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Culebrón

A la hora de escribir cada uno lo hace como puede. Eso es un hecho. Otra cosa son las razones que uno esgrime cuando se pone de perfil ante el espejo de los suplementos literarios. Ahí la cosa cambia. Los hay que van de intensos y alegan motivos humanitarios o existenciales como cambiar el mundo o alcanzar la inmortalidad; también están los humildes que afirman ser escritores porque no sirven para otra cosa; los hay sinceros que reconocen hacerlo para no tener que madrugar ni aguantar a un jefe y los hipocondríacos que lo hacen para curarse en salud porque no se encuentran demasiado bien; están los blandos de corazón que escriben porque nadie los quiere y los profesionales que lo hacen porque es su trabajo; los hay aventureros, románticos, soñadores, pesadísimos, maratonianos, tímidos y pusilánimes, pero a unos y a otros les gusta poner los puntos sobre las íes. Para escribir, si hay algo que sobra son razones. Y Carmen Balcells se las sabe todas.

Esta señora de cabello blanco y aspecto venerable que va a todas partes en silla de ruedas es, a la hora de los business, la serial killer más temida por las editoriales. La gran papisa ha vendido al Ministerio de Cultura un archivo compuesto por más de dos mil cajas con borradores y obras originales, correspondencia, contratos y buena parte de los secretos mejor guardados de la literatura en español. No en vano en su cartera figuran todos los Premios Nobel en nuestro idioma, además de clásicos como Delibes, Marsé, Onetti, Vázquez Montalbán o Ana María Matute. García Márquez la convirtió en personaje literario de uno de sus cuentos con el nombre de Mamá Grande. Y no es para menos, al fin y al cabo fue ella quien mejor defendió los derechos de autor en una época en la que a los escritores a menudo se les pagaba en especie con una máquina de escribir de segunda mano, un jersey de lana, o un queso manchego.

El legado de la superagente fue saludado en las páginas de cultura de los periódicos como un auténtico cofre del tesoro. Pero una vez abierto, en lugar de los excelsos versos endecasílabos que todo el mundo esperaba, empezaron a salir sapos y culebras, odios africanos, egos revueltos y asuntos tan turbios como la oferta de Camilo José Cela a Gil y Gil para escribir un libro sobre Marbella por 250 kilos en dinero público con un anuncio en un coche descapotable conducido por Marina Castaño.

Resultado: la dama blanca se enfada y el Ministerio de Cultura vuelve a cerrar a cal y canto la caja de los truenos por la que pagó tres millones de euros, alegando derecho a la intimidad. Luces y sombras de un oficio de tinieblas en el que sin embargo, también hay diamantes puros. Porque como dijo Leonard Cohen, en el mejor discurso que jamás se haya pronunciado en los Premios Príncipe de Asturias: La poesía viene de un lugar que nadie puede conquistar. Grande, el maestro.

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