Cuatro okupas toman el palacete de un capo de la mafia rusa en Barcelona
El juez Andreu había puesto el edificio a disposición de las Administraciones
"Los tres rusos entraron por esta puerta. Iban armados. Les quité las pistolas de un movimiento. Que vuelvan si quieren, yo duermo tranquilo". Sam S. es un veterano de la Legión Extranjera francesa. Un boina verde (o eso dice él) ancho de espaldas que presume de haber luchado en Sarajevo y tener "el cuerpo de cicatrices". "Estos no me dan miedo", dice mientras da cuenta de otra botella de vodka y saca una pistola entre las hojas de una maceta.
Sam vive, desde hace dos meses, atrincherado en un palacete del lujoso barrio de Pedralbes, en Barcelona. Una "amiga" rusa le dio el soplo de que la casa estaba vacía. Mientras camina por la mansión de tres plantas señala los televisores rotos, los falsos techos arrancados y una mesa de billar patas arriba. Son las huellas de la redada policial que, hace seis años, pretendió dar caza a uno de los capos de la mafia ruso-georgiana más importantes de España, Tariel Oniani.
Los policías esperaban a Oniani en su casa, el palacete que ahora okupan Sam y tres amigos. Pero un chivatazo le permitió escapar de la Operación Avispa y huir a Rusia, donde fue detenido y extraditado, tiempo después, a España. La Audiencia Nacional ordenó, el pasado abril, su ingreso en prisión provisional. El juez Fernando Andreu había acordado antes, en 2008, el embargo de bienes de Oniani. Y había instado las Administraciones públicas -a cualquiera de ellas- a darle a la mansión un uso social.
Como dicen los fiscales, el dinero y los bienes que amasa el crimen organizado deben revertir en beneficio de la sociedad. En este tiempo, sin embargo, nadie ha dado el paso. Entre cosas cosas, porque el futuro de la mansión pende de una posible condena a Oniani por asociación ilícita y blanqueo de capitales.
Los últimos moradores del palacete, unos amigos del capo ruso, lo abandonaron en 2008 a raíz del auto del juez Andreu. "Es un error, porque esa casa es un caramelo. Han destrozado todo, han robado los grifos de oro e incluso han prendido fuego", asegura el abogado de esas personas. Aunque con fines distintos, el letrado y los fiscales coinciden en algo: el sinsentido de que una mansión valorada en 4,5 millones -construirla costó más de 20, según el abogado- siga abandonada. Y ahora, okupada.
Sam pone una canción de El Barrio a toda pastilla y recita una escena de Gladiator. "Soy un guerrero como Máximo". Fanfarronea de todo, pero sabe que su futuro es incierto. Mientras, posa frente a la fachada -un frontón griego con columnas jónicas- de la casa. Pese a su mal estado, aún rezuma un lujo barroco que se ve en las estatuas, los sofás tapizados, los salones de parqué y un baño que es un mirador de Barcelona. El refugio de Oniani está, además, en una milla de oro donde viven futbolistas y otras personalidades públicas. Sam abre otra cerveza: "Soy el amo".

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