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Análisis:
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Políticos y tecnócratas

En Italia y en Grecia se han formado, cumpliendo escrupulosamente el procedimiento constitucional, sendos gobiernos con personas de gran mérito científico, profesional, e incluso con experiencia política previa algunas de ellas. Sin embargo, de manera automática, aquellos que opinan de todo sin saber de casi nada se han apresurado a tacharles, con evidente intención despreciativa, de "tecnócratas". Parece como si haber estudiado algo más que una simple licenciatura, investigado, ejercido brillantemente una profesión liberal, desarrollado con éxito una actividad empresarial, social o cultural, adquirido independencia económica, aprendido idiomas, incapacitara a quienes lo han hecho para desempeñar los más relevantes cargos en el gobierno de un país, y les condenara a ser uno más de esos asesores a los que no se les hace caso. Es incomprensible que algunos puedan quejarse de la supuesta degradación que ha experimentado en nuestro entorno la actividad política, y al mismo tiempo menospreciar a personas de mérito y capacidad contrastados por "tecnócratas", cuando se recurre a estos para recomponer lo que algunos "políticos" han destrozado.

Hemos tenido un presidente muy "político" y nada "tecnócrata"
La única distinción que cabe es la de políticos competentes o incompetentes
Hay que acabar con esa percepción de que los políticos son deleznables
Más que nunca hay que contar con los más preparados de nuestra comunidad

No creo que esa distinción entre un político y un tecnócrata sea válida, y sólo la utilizo a efectos dialécticos para refutar a quienes la han puesto de moda. Pienso más bien que sólo existen ciudadanos que en un momento dado asumen responsabilidades políticas, y que la única distinción que cabe hacer es la de políticos competentes o incompetentes, formados o indocumentados, rigurosos u oportunistas, serios o frívolos. Y no ofrece la menor duda, en principio, que mayor garantía de acierto ofrecen aquellos que, además de vocación o sentido de servicio a la cosa pública, que no es patrimonio de una casta especial de ciudadanos, tienen un mayor bagaje de conocimientos y de experiencia de trabajo en la actividad privada. Aquellos a los que llamamos con injustificada condescendencia "tecnócratas", son, de hecho, ciudadanos con su propio pensamiento y convicciones, con ideas políticas, con criterio sobre lo que interesa al interés general, tanto como lo puedan ser aquellos otros con los que se les compara. Con una única diferencia: para llegar a merecer el calificativo de "tecnócrata", del que yo me sentiría orgulloso si me lo aplicaran, han tenido que esforzase mucho y demostrar su valía.

Si analizamos la naturaleza de casi todos los problemas que se plantean a cualquier gobierno de cualquier ámbito o nivel, comprenderemos que su solución depende de la aplicación de métodos de análisis y de criterios de actuación científicos, racionales y objetivos que, como tales, tendrían que ser compartidos por la gran mayoría, aún desde posiciones ideológicas distintas. Es precisamente la mentalidad sectaria y partidista que a menudo infecta a la clase política, la que provoca esa incomprensible y perniciosa incapacidad para llegar a acuerdos sobre la solución de los problemas, degradando así la calidad y la eficacia de nuestras instituciones. No se trata de negar que previamente hay que establecer, y en ello por supuesto que se diferencian las grandes corrientes de pensamiento y los partidos, la escala de valores y los objetivos finales que pretendemos conseguir. Pero no menos cierto es que, a partir de ahí, "hacer política" en el plano de la gestión consiste fundamentalmente en aplicar el sentido común.

Aquí, en España, hemos tenido un presidente muy "político" y nada "tecnócrata". Y así le han ido las cosas. Los logros y los activos que se le deben de atribuir al Sr. Rodríguez Zapatero han sido olvidados por completo, ante su incapacidad para formar equipos fiables y su incompetencia para gestionar, en unos momentos en los que era y sigue siendo más necesaria que nunca la excelencia política. Pero el Sr. Rodríguez Zapatero no es menos capaz que otros muchos líderes políticos de los distintos partidos que en estos años han venido gobernando comunidades autónomas y ayuntamientos. El presidente saliente no es afortunadamente el paradigma de toda la clase política actual, pero sí desgraciadamente el exponente fiel de una buena parte de ella, la que componen esos políticos monolingües, carentes de una formación científica y cultural sólida, que no han podido o no han querido curtirse en el trabajo en la sociedad civil, y que han acabado por carecer de cualquier habilidad destacada que no consista en controlar los resortes internos de su partido y en aferrarse al poder.

La estabilidad y la calidad en nuestra democracia exige en estos momentos acabar con esa percepción tan extendida en la ciudadanía de que los políticos son deleznables y responsables de la crisis, porque no es cierta. No podemos transferir a los políticos la responsabilidad que cada uno de los ciudadanos podamos tener en la crisis y en su superación. Somos todos los que tenemos que promover la regeneración o reconstrucción política y social, y la política sigue siendo la tarea más noble y necesaria en democracia. Pero, precisamente porque ahora nos enfrentamos a problemas de considerable dimensión y profundidad, es más necesario que nunca que los partidos se abran a la sociedad y demuestren que saben convocar, para asumir las responsabilidades de gobierno, a los mejores de nuestra comunidad, a los más preparados. En definitiva, y como se suele decir, a los que saben escribir la "o" sin un canuto.

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