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TORMENTAS PERFECTAS
Columna
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La historia de los humanos

Lluís Bassets

"Los próximos meses verán un nuevo mundo, en el que la historia global será definida de nuevo". Esta frase aparentemente enigmática, y por ello mismo oracular, apareció hace justo un año en la cuenta de Twitter que mantiene Wikileaks, la organización que milita por la transparencia y dirige el australiano Julian Assange. Poco antes, otro tuit anunciaba la publicación de los cables del Departamento de Estado, que luego sería conocido como el Cablegate, y denunciaba la existencia de "intensas presiones".

Mucho se ha discutido sobre los efectos de aquella espectacular filtración, en la que participaron cinco grandes periódicos de referencia europeos y americano, uno de ellos EL PAÍS. La prestigiosa revista estadounidense Foreign Policy (FP) publicó en marzo pasado un reportaje que tituló "Wikilosers" en el que contaba quiénes han sufrido más intensamente las consecuencias. Encabezan la lista el propio Assange, pendiente de su extradición a Suecia, y Bradley Manning, el sargento procesado por el desvelamiento de los documentos secretos. También aparece el dictador tunecino Ben Ali: la revolución que le derrocó fue la primera y mucho tuvo que ver con la filtración de las historias de corrupción de su familia. Fue una wikirrevolución al decir de los más entusiastas, aunque sería exagerado atribuir a Julian Assange el mérito de la primavera árabe. No está, en cambio, el dictador de Yemen, Ali Abdalá Saleh, que acaba de renunciar después de una accidentada resistencia, y fue también víctima del Cablegate, pues se atribuía los ataques contra Al Qaeda que efectuaba el Ejército estadounidense.

Wikileaks ha cambiado muchas cosas. La que más, probablemente, la vida de Assange y de sus compañeros de cuitas. Mucho menos, en cambio, los Gobiernos, la diplomacia, el espionaje o el periodismo, que han sabido reabsorber el golpe en su favor, como suele suceder con las actividades fuertemente institucionalizadas. Pero en el año transcurrido desde la filtración, la catástrofe de Fukushima nos ha redefinido las políticas energéticas; las revoluciones árabes se han llevado por delante a cuatro dictadores y han trastocado el mapa geopolítico de medio mundo; nuevas generaciones de indignados han salido a las calles y acampado en las plazas desde Atenas hasta Nueva York, pasando por Madrid; y, sobre todo, Europa se ha empantanado en la crisis de las deudas soberanas, que ha hecho caer también a cuatro Gobiernos y amenaza con liquidar al euro y al entero proyecto europeo.

La frase oracular de Assange ha resultado ser verdad. Aquella filtración fue como la cortina que abre el escenario en el que aparece un nuevo mundo y una nueva historia. Lo dice muy bien una vieja sentencia, atribuida a pensadores de signo distinto como Carlos Marx y Raymond Aron: son los seres humanos los que hacemos la historia, pero no sabemos la historia que hacemos.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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