El resbaloso beso de Eva Longoria
Sé que esta confesión no me va a traer más que disgustos, pero he de hacerla: a veces disfruto con las pequeñas desgracias ajenas. Si alguien me cae mal, no puedo evitar sentir un poco de gustirrinín al enterarme de que ha sufrido un revés. Y esto es más o menos lo que me ha pasado con Eva Longoria.
En mi lectura semanal de noticias frívolas sin ninguna relevancia me he encontrado con una sobre la actriz que me ha proporcionado ese gozo feo e inmoral. Como los más desocupados sabrán, Longoria posee un restaurante en Los Ángeles llamado Beso. Pues bien, una señora de la localidad ha demandado al establecimiento no por su ridículo y acaramelado nombre, sino por haberse pegado un trompazo en el mismo.
Su imagen pública de megapija latina solo me produce una leve irritación
Según su versión, Luiza Boyadjian estaba celebrando su cumpleaños con su familia y amigos cuando se levantó de la silla, pisó una zona del suelo que estaba resbaladiza y se cayó. La mujer reclama más de 25.000 dólares (unos 19.000 euros) al negocio por haber sufrido "daños físicos graves" y, un clásico en las demandas chorras estadounidenses, "deterioro en el sistema nervioso".
¿Por qué no me da pena el contratiempo de Longoria? Ella me gusta como mujer desesperada, y su imagen pública de megapija latina solo me produce una leve irritación. Lo que me molesta es su participación en una tendencia que detesto, que es precisamente la de los restaurantes de famosos.
Jamás he puesto el pie ni me he resbalado en Beso, pero por las fotos que he visto y las críticas que he leído me hago una idea aproximada de lo que es. Destila ese lujo hortera y brilli-brilli que tanto gusta a los incautos con la mente obnubilada por el culto a la celebridad. En cuanto a la comida y el servicio, me remito a los comentarios de comensales en webs como TripAdvisor. "Mediocres los platos, pésima la atención". "Admiro a Eva, pero fue una decepción". "Ir solo si quieres tirar tu dinero a la basura".
Supongo que la gente va a estos restaurantes queriendo avistar personajes populares para luego contarlo, un deporte que soy el primero en practicar. Pero me da que los famosos no pisan esta clase de locales, porque bajo el oropel no dejan de ser un poco purria. Y así, lo único que le queda al frustrado cliente es una gastronomía insustancial y unas cuentas, eso sí, dignas de las estrellas.
Babelia
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