Guardiola rescata al primer Cruyff
El entrenador catalán aplica con regularidad el 3-4-3 del holandés, pero evoluciona el puesto del delantero centro a la inversa que su mentor, de un ariete a un falso punta
Obsesionado con la mejor evolución del juego, técnico que discute con lo convencional e intervencionista como pocos, para Pep Guardiola hay ciertos axiomas definitivos: el equipo se despliega a través del balón; en el área no se está, sino que se aparece; la posesión es la mejor arma para desarticular al rival; el fútbol es de los centrocampistas; y, sobre todo, el equipo debe acomodarse a Messi, su centro de gravedad, en la misma medida que La Pulga se acomode al equipo. Para lograrlo, Guardiola renueva a cada curso su pizarra y este año se ha asentado el 3-4-3, toda una apuesta cruyffista que ya no es una novedad para el equipo, hasta el punto de que se ha repetido ante siete rivales (Osasuna, Valencia, Atlético, Sporting, Sevilla, Mallorca, Athletic) y se dio el miércoles en Europa, frente al Milan y en San Siro. El sistema expresa una vez más la voluntad del técnico de descolocar al contrario. "Sin la capacidad de sorpresa, estamos muertos", reflexiona Guardiola. Pero se da un matiz tan paradójico como sorprendente porque el técnico azulgrana hace la evolución inversa a la que realizó Cruyff, al menos en lo referente al delantero centro.
El sistema es posible porque al contrario que con El Flaco, los divos no actúan como tales
El técnico arrancó con Eto'o para acabar con Messi o Cesc, como Laudrup en su día
Acostumbrado a mirar desde su raíz al fútbol centroeuropeo, especialmente a los equipos húngaros, austriacos y checoslovacos, el Barcelona se convirtió en un fiel seguidor de la escuela del Ajax y oranje, con Stefan Kovacs y Rinus Michels de referentes. Desde que llegara El Flaco al banquillo, el Barça entendió el fútbol como un juego de ataque y se distinguió tanto por su facilidad por concebir la jugada como por la velocidad en que la ejecutaba. Lo primero que hizo fue crear la figura del 4 (Milla). Después, instauró una columna vertebral -Zubizarreta, Koeman, Guardiola, Bakero y Laudrup- inamovible con las permutaciones en la periferia, con el intercambio de centrales, volantes o extremos. Un 3-4-3 que permaneció hasta Romario, hasta que, ya con la Quinta de Lo Pelat, el técnico fue desterrado. Precisamente, el final de Cruyff fue el principio de Guardiola porque inició su andadura con un ariete (Eto'o, primero; Ibrahimovic, después) para acabar sin boya, con un falso punta que bien puede ser Messi o Cesc, como en su día lo fue Laudrup.
La propuesta de Cruyff, en cualquier caso, admitía una concesión en el juego: igualar el número de sus zagueros con el de los delanteros adversarios, una argucia que tendía a lograr que los peores de su equipo anularan a los mejores del rival para que decidieran los buenos de verdad. Una apuesta que imita Guardiola este curso, con la diferencia de que este Barça presiona arriba, hace un reparto posicional y el esfuerzo es tan colectivo como generoso, algo impensable en el Barça de Cruyff, donde los divos actuaban como tales. Pero para llegar a esta evolución, Guardiola ha reinventado al equipo cada año.
En el primer curso, el técnico revisó y remozó los conceptos de su inspirador, acordes al juego actual, más físico y con más ritmo, con menos tiempo para ejecutar el pase. Y para Guardiola no hay pase más importante que el primero. "Si ese toque es bueno, todo es más fácil", conviene. Por entonces, en otro guiño a su mentor, Guardiola jugaba con los extremos a pie cambiado, con Messi por la derecha. Todo un espectáculo, como se atestiguó con la consecución del triplete.
Pero preocupado porque el equipo podía volverse previsible, Guardiola decidió fichar a Chigrinski e Ibra, que parecían no casar con su filosofía. La idea era tener una alternativa, tener un central capaz de lanzar pases de 50 metros en busca del pecho del punta, que arrastraba a los defensas y originaba huecos con sus movimientos, que podía rematar por arriba unos centros que se resistían a llegar. La apuesta duró un año, lo que tardó el técnico en reinventar la fórmula, con Messi como estilete -como el falso delantero- y Villa como síntoma, de extremo izquierdo. El resultado y el éxito fue inmediato, toda vez que Leo pasó de ser el Balón de Oro a la Bota de Oro.
Ahora, Guardiola apuesta por el 3-4-3, porque, dice, "el fútbol es de los centrocampistas". La idea es que desde el eje del campo se mantenga la posesión del balón, que se reparta con equidad a ambos costados, que se rompa desde la segunda fila y que, en definitiva, se vuelva un poco a la generación del 87, cuando la pelota la sacaba desde atrás Piqué, la impulsaba desde el centro Cesc y la punteaba Messi. "El 3-4-3 es de Cruyff", concede Guardiola; "pero lo importante es dominar, tener la pelota y atacar. La táctica la hacen buena los jugadores". Una táctica, además, que reversiona al equipo, acusado anteriormente de no tener juego por el exterior, logrado con Alexis y Cuenca.
Así, mientras que se presume cómo jugará el Madrid en el próximo clásico (10 de diciembre), más allá de si utiliza o no el trivote Mourinho, no se sabe cómo actuará el Barça, sin con tres o más defensas, si atacará por dentro o por fuera. Lo que sí se conoce, sin embargo, es que Guardiola pondrá a Messi de ariete, como hizo Cruyff al principio, como se negó al final.
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