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Columna
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Ahora sí

David Trueba

Qué delicioso espectáculo el poselectoral. Los que anden bajos de autoestima solo tienen que detenerse a mirar. El telegrama que Angela Merkel dirige al nuevo presidente español, apenas horas después del triunfo, lo muestra a las claras, sin falsas ambigüedades: "Han recibido ustedes un mandato claro para proceder a los ajustes y reformas". Y tiene toda la razón, por más que la campaña fuera un silencio muy expresivo, un esfuerzo de ocultación que ha dejado llagas en la lengua de tanto mordérsela, ningún votante ignoraba lo que nos traíamos entre manos. Estas elecciones tenían un poco la imagen del paciente, que postrado en la cama de operaciones, le concede al doctor el permiso para amputar.

Lo que no se entiende, pues, es tanta prudencia. Horas de televisión impuesta por ley, millones en publicidad, discursos ante auditorios llenados a base de esfuerzo convocante, y todo para qué. Para callar, para no decir. En el caso de Catalunya, la evidencia es aún más clara. Al día siguiente de unos resultados electorales francamente positivos para Convergencia i Unió se anuncian nuevos recortes en la función pública, amparados en el respaldo electoral a las costuras previas.

Pero queda una duda en el aire. Si con sus votos los electores han ofrecido un mandato claro para los recortes y si la política de ajustes y mutilaciones es tan popular que te permite arrasar en la contienda electoral, lo que no se entiende es que no se haya usado como reclamo. Claramente, los dos partidos vencedores tanto en España como en el territorio catalán han cometido un error de cálculo y si uno hubiera presumido en la campaña de sus planes de ajuste y el otro hubiera presentado en los días anteriores las nuevas reformas en lugar de sacarlas el martes después del domingo electoral, sus triunfos en las urnas habrían sido muchísimo más amplios. Y en las glosas unánimes de los medios, siempre tan generosas con los vencedores, a los que se descubren talentos ocultos hasta el día del recuento, se podría haber añadido, entre las otras virtudes que los adornan, la de dirigentes sinceros, que tratan a sus votantes como ciudadanos maduros y responsables, capaces de decantarse por ofertas de las que fueron informados cuando tocaba decidir.

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