Punto a punto
Una cartela anuncia una obra no visible, una exposición habitualmente gratuita exige ahora el pago de la entrada. Visitamos una propuesta expositiva que pretende desconcertar al visitante, en múltiples y diferentes impactos. Karmelo Bermejo presenta dentro del ciclo Entrar en la obra, que viene desarrollándose durante este año, una muestra que se desliza por las estrategias cuidadosamente trabajadas en su trayectoria: la estética de la ausencia, la mirada contestataria al sistema artístico y la construcción tangencial de no-relatos que alcanzan las bases cardinales de ese sistema, para desnudarlo y ponerlo en evidencia. Apartamos el biombo, comienza la función.
Esta exposición, como cualquiera que nos propone Karmelo Bermejo, resulta ampliamente productiva, aunque solo sea por descifrar su relación de perplejidades, por recoger sus alimentos de juego irónico. Hábil estratega, diseña trabajos subversivos que guardan sensaciones deliberadamente contradictorias que se vuelcan en lo expositivo con la misma contundencia, diluyendo los campos que definen las obras y el espacio museístico, plegando los tiempos en presentes ineludiblemente críticos. Sus obras, listas para la discusión, consiguen que el visitante actúe como un elemento más de su ficción dolorosamente real, de su paisaje de telones caídos. Porque esconden algo de interruptores dramáticos, también melodramáticos, sin más salida para ese visitante que apretarlos y entrar en la escena o dar media vuelta sin encender la acción. De ahí que la visita resulte siempre inesperada, al prolongar en todo el espacio su propio control, instaurado desde la misma entrada al exigir el pago de 13 euros -Museificación (2011)- aplicando la tarifa de entrada del Guggenheim Bilbao. Al advertir y adoptar su estrategia, la discusión queda abierta y cuestionamos sus propuestas con plena cotidianidad.
Karmelo Bermejo
Marco
Príncipe, 54. Vigo
Hasta el 27 de noviembre
La estrategia es alterar, desmantelar y mostrar el engranaje del sistema artístico. En su ácido modo de operar borra la memoria y deja al visitante en un presente inmediato, partícipe de sus breves no-relatos que señalan las partes en sombra del sistema. El ataque casi siempre es certero. Comienza desde su rol como artista para tratar realidades tan simbólicas como las subvenciones, pasando por la percepción y musealización del acontecimiento artístico, hasta los agentes, en este caso centrado en la figura del director del museo. Ese mirar de frente el poder para disponerlo en plataformas de juicio, observar desde dentro en un distanciamiento que no lo es, late en toda la exposición, como en la obra Attachment (2008-2011), cabeza de toro disecada empotrada en la pared y en -0 (2011), mástil de bandera girado y clavado en el suelo. Pero el artista también pinta de oro falso una pepita de oro macizo y entierra 10.000 euros de la Fundación Botín bajo una placa de bronce en la entrada del museo. Toda esa sucesión de incertidumbres juegan con la falsedad para crear fisuras en el sistema, subrayar las etiquetas. Sin duda, Karmelo Bermejo consigue alterar las normas, de forma más contundente en unas obras que en otras, en una muestra que, siguiendo su juego, se afirma paradójicamente en el título propuesto: un punto ortográfico. Principio o final del relato, no del debate.
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