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La firma invitada
Columna
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Luces y sombras sobre las cajas de ahorros

El largo camino emprendido por las cajas de ahorros a través de su historia ha servido para que nuestras entidades financieras afianzaran sus ya centenarias raíces. Las reformas y adaptaciones legales que han soportado han sido orientadas siempre a la ampliación de su capacidad de actuación, adecuando su gobierno corporativo para incorporar a sus órganos de decisión a representantes de los impositores, de las corporaciones públicas, de entidades privadas y públicas, de fundaciones, y de sus empleados, en una proporción equilibrada. Por tanto, cuando hablamos de las cajas, hablamos de la sociedad, hablamos de una ciudadanía que ha vertebrado sus órganos de gobierno, fruto del sufragio y de los acuerdos democráticos.

No se nos oculta el descrédito de un sector financiero afectado por una economía desfavorable
Pese a todo, seguimos representando el paradigma del buen hacer y del compromiso social

Los intentos de cuestionar los años de solvencia y la vocación social de las cajas han quedado en un intento de debilitar los aspectos menos lucrativos de unas entidades que han contribuido de forma decisiva al progreso social. Sé bien que cuantificar es una forma de no decir, pero deberíamos pararnos un minuto a intentar visualizar un paisaje con su tejido social y cultural donde, de pronto, esos miles de proyectos que en los últimos años ya habían alcanzado más de 2.000 millones invertidos en tu tierra, en tu barrio, en tu pueblo, desaparecieran. Un paisaje donde el tercer sector, abandonado por las administraciones, se enfrentara al más crudo invierno. Es difícil que unas entidades para las que las personas forman parte de la esfera de sus preocupaciones puedan confundirse en el ruido de una concentración financiera que va deshumanizando a unos mercados pantagruélicos. Las cajas formamos parte de un modelo que aún cree en las relaciones humanas. Le han puesto nombre: banca recurrente, banca amiga, banca cívica, porque ofrecemos un rostro cierto frente a la ausencia de identidad de unos mercados apócrifos.

Sé que estas consideraciones pueden resultar inadecuadas e inoportunas en estos momentos. No se nos oculta el descrédito generalizado de un sector financiero afectado por una economía desfavorable. El pasado septiembre se cumplieron tres años desde el inicio de esta crisis. El tajo de la herida ha sido profundo, y no hemos reparado lo bastante en que en esta situación solo pueden resistir empresas con grandes reservas patrimoniales y con capacidad para acumular capital y recursos propios sin obligación de constante retorno o compromiso social. Las cajas han continuado mostrándose sensibles y responsables con la buena administración, pero su entorno y su propia esencia les han exigido el cumplimiento de demandas sociales comprometidas con el desarrollo económico del territorio, de promoción e impulso de proyectos de naturaleza estructural como la social, cultural y la educación, cuya dimensión y valor no aparecen reconocidos. Esto es abiertamente incompatible con una cultura de enriquecimiento. No se trata de un fácil buenismo, sino de afianzarnos, de consolidar nuestra fortaleza corporativa para superar la actual crisis económica, sin olvidar nuestra razón de ser.

En los últimos tiempos han sido recurrentes las dudas sobre nuestra naturaleza jurídica, discutiendo su justificación en un sistema de economía de mercado. Se nos ha querido hacer creer que la crisis ha sido trasunto de las cajas, de secretas tramas políticas, de malas prácticas de gestión, de un uso torticero de las prebendas otorgadas a sus directivos, aplicando el microscopio a una herida superficial para confundir a la sociedad diagnosticando la metástasis de las cajas. Este intento infructuoso de señalar los vicios de una parte para culpabilizar a todo el sistema haciendo tabula rasa no ha sido suficiente para debilitar a las cajas. Pese a todo, seguimos representando el paradigma del buen hacer y del compromiso social. ¿Cómo resistir con este modelo corporativo de cajas ante un fenómeno adverso de esta naturaleza? Lo relevante y valioso, en mi opinión, es que el sector reacciona, identifica la naturaleza y la gravedad de la situación, y el regulador lo afronta con oportunidad y con contundencia.

El mérito estriba en que, sin soporte legal, sin trayectoria ni experiencia alguna en afrontar la extrema dificultad de un proceso de transformación de esta naturaleza, el Banco de España comenzó con responsabilidad a trasladar orientaciones y pautas de actuación. Las cajas estuvieron a la altura del reto, motivadas por la necesidad de afrontar cuanto antes un proceso de cambio inevitable, reestructurando una parte muy relevante del sector financiero español afectado de pleno por la situación descrita. Aquí la participación del Banco de España fue de anticipación, de apoyo proactivo y exigente. Hemos partido de cero en el esfuerzo para construir un proyecto novedoso basado en la transparencia y la participación. Esta transformación estructural ha sido de una enorme complejidad y trascendencia, pero no hemos perdido la línea del horizonte. En el centro de nuestras preocupaciones han estado siempre las personas. Siempre hemos creído que es importante poner un rostro a la vida, saber para quién trabajamos. Un banco que pierde su conexión con las personas navega sin la certeza de un puerto.

En un momento crucial para nuestro futuro entendimos que hubo coraje y responsabilidad en el Banco de España y en su equipo directivo para transmitir ideas de valor que nos hicieron asumir nuevos retos. El trabajo con sus equipos en el campo del control y de la orientación dieron luz en la oscuridad de un proceso exigente. También nuestras cajas mostraron su músculo gracias a una enorme capacidad de adaptación. Hemos llegado hasta aquí, a pesar del ruido de fondo, de las incesantes maniobras de confusión, mientras algunos aplicaban espejos de feria a nuestro sector en un intento de menoscabar lo más valioso de un sistema financiero que revierte beneficios a la sociedad a través de unas obras sociales que no son un pin, ni una campaña de marketing, sino que intentan dar respuesta a la gran pregunta: ¿Qué sociedad queremos ayudar a construir y cómo emplear eficazmente nuestros recursos para mejorarla? -

Álvaro Arvelo Hernández es presidente de CajaCanarias.

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