_
_
_
_
Reportaje:FÚTBOL | Internacional

Miedo, silencio, euforia...

Pocas veces había llegado Inglaterra a Wembley con tan poca confianza en sí misma y con un ambiente tan enrarecido. La visita de España parecía dar miedo a los medios de comunicación ingleses, que suelen pasar de la euforia a la depresión, y viceversa, a velocidad de vértigo.

Una campaña de la prensa populista convirtió un hecho trivial en un verdadero psicodrama nacional en vísperas del partido: el hecho de que la FIFA recordara a la federación inglesa que sus jugadores no podían lucir en la camiseta la tradicional amapola de papel que muchos británicos prenden en sus solapas para conmemorar el armisticio de la I Guerra Mundial y rendir homenaje a los caídos. Al final, después de que intervinieran el primer ministro y el príncipe Guillermo, como si fuera un asunto de vida o muerte, se encontró una solución: lucir la amapola pegada a un brazalete. Una manera de sentar un precedente con lecturas políticas pendientes.

Más información
Una derrota engañosa

Pero si esa polémica pareció unir al país contra su enemigo preferido, la FIFA, otras varias presionaban en sentido más bien centrífugo, con Capello siempre en medio. Muchos le han recriminado estos días que seleccionara a Terry a pesar de que está siendo investigado por unos comentarios potencialmente racistas a Anton Ferdinand. Otros le han discutido con vehemencia su decisión de alinear ayer al joven defensa Jones en el centro del campo y colocar en el eje de la zaga a Jagielka, medio lesionado. Y hasta le han reprochado que no asistiera anoche en Milán a la boda de su hijo Pierfillipo.

Cuando empezó a rodar el balón, lo que pasó a primer plano fue el silencio de Wembley. España durmió a la pelota y con ella a las dos aficiones. Hasta que al filo de la media hora, el nutrido grupo de seguidores españoles tuvo la ocurrencia de cantar esa tonadilla tan hermosa que tiene por letra una sola palabra, Campeones, campeones, campeones. Campeones del mundo, se entiende. ¡Y de Europa!

Eso fue como una afrenta para Wembley, que reaccionó primero con estupor y luego salió por primera vez de su letargo para arropar a los leones con unos pocos cánticos. Luego llegó el gol de Lampard. Y, con él, la euforia inglesa.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_