Una noche con Concha Velasco
Concha Velasco ha vuelto al Goya barcelonés, donde presentó el taquillazo de La vida por delante, con proa a otra gira que se presume igualmente dilatada. José María Pou, de nuevo en funciones de Svengali, ha intentado confeccionarle otro traje a su medida (e incluso impulsarla un poco más allá) firmando la dirección y la dramaturgia de CONCHA (Yo lo que quiero es bailar). El subtítulo, sugerido por ella, llama un poco a engaño: el público puede pensar que se trata de un espectáculo en el que la Velasco baila, y ni de lejos. Pou ha elegido un formato netamente anglosajón de escasa tradición en nuestras tablas: el evening with, la velada en la que una actriz de fuste (o un actor, tanto da) repasa su trayectoria artística y humana, salpicada de canciones y fragmentos de sus piezas favoritas, y ella se ha lanzado sobre el regalo, consciente de que su director, Broadway Baby donde los haya, sabe lo suyo de ese tipo de vehículos. El modelo de CONCHA (prescindamos del subtítulo) es, sin complejos, Elaine Stricht at the Liberty, el monologazo que cocinó John Lahr: reconocemos en el acto la camisa blanca, las medias oscuras, el alto taburete, pero también la voluntad de armar un texto autobiográfico (gentileza de Juan Carlos Rubio) ceñido y con compás, que alterna pasajes de una sentimentalidad un tanto previsible con ocurrencias astutas y apuntes afilados, como el estupendo y sintético comienzo: "La vida de una actriz se cuenta en cinco capítulos. 1. ¿Quién es Concha Velasco. 2. ¡Quiero a Concha Velasco! 3. Quiero a alguien 'del estilo' de Concha Velasco. 4. Quiero a una Concha Velasco, pero en joven. 5. ¿Quién es Concha Velasco". Velocidad de crucero: suena Mamá quiero ser artista (como en el show de la Stricht sonaba There's No Business) intersectada con chispeantes evocaciones de su infancia y adolescencia, Valladolid, Larache, las clases de baile, cuando quería ser Moira Shearer en Las zapatillas rojas, y un perfil de Celia Gámez a los acordes del Tomar la vida en serio es una tontería, y luego, cual aves precursoras de primavera desarrollista, ráfagas de Las chicas de la Cruz Roja y El día de los enamorados. Hay, como decía antes, algunos lugares comunes (cuando habla de lo masculino y lo femenino) y unos cuantos chistes fáciles ("tengo el muelle flojo") aunque de vez en cuando una aparente obviedad resuena con inesperado tintineo (mi favorita: "¿Por qué es tan fácil identificar a los chulos de las otras?") o alza la cola punzante: "El teatro es mi casa, una casa que nunca me podrán embargar". El centro de la función es Cuentos y chismes del oficio, aquel delicioso monólogo en verso que Jardiel le escribió a Elvira Noriega (¿o era a Catalina Bárcena?), y que la Velasco coloca con una gracia incomparable, rematado con un efecto que es puro Broadway: a modo de diadema luminosa brotan carteles y rótulos con los títulos de sus principales montajes y películas. Aquí se habla, por supuesto, de teatro ("yo no sé por qué soy actriz, sólo sé que debo hacerlo"), y son impagables las historias de su relación con la gran Mary Carrillo, peligrosísima robaescenas, durante la temporada de Buenas noches, madre, pero queremos más. Puestos a pedir, me hubiera gustado escucharle un trozo de la de Bringas en Tormento, y de Filomena Marturano, y de La vida por delante, o un timo de Los tramposos, o la despedida de La rosa tatuada: la lista sería interminable. Y un poco más de tajada humana: bien está que responda al cuestionario Proust y que nos muestre las interioridades de su bolso, pero sería interesante, sin cotillerías, saber lo que supuso para ella, vital e ideológicamente, pasar de Sáenz de Heredia a Juan Diego: esa transición, nunca mejor dicho, es una novela en sí misma, digna de García Hortelano o de Manuel Longares. O un peliculón para Olea, más allá de jardines.
El centro de la función es 'Cuentos y chismes del oficio', rematado con un efecto que es puro Broadway
'La chica yeyé' es lo mejor que ha cantado en su vida. Y cuando la repesca a modo de fin de fiesta, el teatro se viene abajo
La dirección de Pou es, como le enseñó su maestro Alonso, "de las que no se notan", y quizás el ejemplo máximo sea la gradación de efectos de La noche en la que no gané el Goya (¡qué bien montado y servido está ese pasaje!), posiblemente el mejor (y más sincero, y más hilarante) highlight de la noche. De igual modo, hay inusitadas sutilezas musicales, como ese Hello, Dolly que le canta (a lo Mister Sandman) el formidable cuarteto liderado por Xavier Mestres, pianista y responsable de los arreglos, y al que la Velasco "responde" con otro tema de Jerry Herman, Before the Parade Passes By. Se comprende que cante Carmen Carmen por el recuerdo de su éxito, aunque no sea ninguna maravilla, y La primavera miente, de La Truhana, que parece un descarte de Manuel Alejandro, pero diría yo que tanto el Nothing de A Chorus Line ni el I'm Still Here de Follies, graciosamente adaptado por Pou, no le van demasiado, ni tonal ni temperamentalmente. En el negociado pelmazo de las peticiones imposibles a mí me hubiera hecho más gracia que exhumara, aunque quedase pleistocénico, algún material de sus musicales de los sesenta (The Boy Friend, El cumpleaños de la tortuga), o escucharle de nuevo la tronchante Paramaná de Trampa para Catalina, o el For Me, for You, for Everybody que cerraba Una vez al año ser hippy no hace daño, porque pienso, en definitiva, que la Velasco es más de Algueró que de Sondheim, para entendernos. Por eso creo que La chica yeyé es lo mejor que ha cantado en su vida: ligero, divertido, contagioso, pop. Y por eso cuando la repesca a modo de fin de fiesta, el teatro se viene abajo, no sólo por nostalgia sino por gracia, por comunicación: es el showstopper perfecto. Lo importante es que el público sale de CONCHA con las orejas dando palmas, porque ha visto a una señora actriz que sigue entregándose cada noche como muy pocas, y que ha vuelto a darles la poción mágica, el secreto de todos sus éxitos: simpatía por arrobas, y ese brillo en los ojos que no se puede fingir, y ese callo humano y escénico que sólo se consigue, pese a todos los frenos, cuando una actriz lleva cincuenta años pateándose platós y escenarios. Vayan a aplaudirla, que se lo merece.
CONCHA (Yo lo que quiero es bailar). Dirección y dramaturgia de José María Pou. Texto de Juan Carlos Rubio, sobre biografía y relato oral de Concha Velasco. Intérprete: Concha Velasco. Teatro Goya. Barcelona. www.teatregoya.cat
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