Con más, el Atlético es menos

No hay quien entienda al Atlético, equipo de pulsaciones descompasadas, de fútbol tan brillante a veces como inexpresivo en ocasiones, de victorias holgadas y pifias monumentales. Frente al Getafe, que pareció condenarse de forma irremediable al quedarse con un jugador menos a la media hora, expresó el conjunto de Manzano su guirigay, su fatalidad. Y su realidad: al contrario de aquello de lo que se vanagloriaba al inicio del curso, no sabe qué hacer con el cuero entre los pies, no sabe articular un ataque limpio. Perdió por un penalti que no lo fue, pero, sobre todo, perdió sin decir ni pío. Lo opuesto al Getafe, que con menos resultó más.

El Atlético no da pie con bola y es un equipo descosido, con costurones y magulladuras que acumula a cada encuentro. Su propuesta no cuaja aunque Manzano se empecine en decir a los cuatro vientos lo contrario y augure una gran temporada a cada resultado favorable que contabilice. Le falla la nulidad del pase vertical en el centro del campo, le pierde la pereza de Diego y en ocasiones de Turan y Falcao para ejercer la presión y le desdibuja su ataque por el centro, sin otra rampa para llegar al marco rival. No hay profundidad por las bandas; no hay centros ni remates; no hay ingenio ni alternativas; no hay, en definitiva, una hoja de ruta eficaz. Sí que tienen pie Turan y Diego para el pase definitivo, pero carecen de espacio para jugar, siempre todos en una parcela, con el balón demasiado lejos de la portería, demasiado lejos de los desmarques de Falcao. Ante el Getafe, de nuevo, el Atlético demostró su inoperancia: un equipo que es más chisgarabís que otra cosa, liante porque se envalentona cuando descascarilla a un filial del Udinese, pero que se queda sin argumentos ante un adversario que se abriga con acierto como hizo el Getafe, una loa al trabajo posicional.

Al contrario de lo que presumía al principio, el Atlético no sabe qué hacer con el balón

Sin demasiado remate ni puntería durante el curso, al Getafe se le exigía significarse en el área ajena. Se le presumía, sin embargo, un eje en la zaga asentado, con Lopo y Cata Díaz como capataces solventes. Pero parecieron ser una condena en una misma jugada. Solo lo parecieron. Resulta que Cata Díaz se saltó el primer mandamiento del defensa, ese que se explica en prebenjamines, ese que exige que el balón siempre se despeja hacia los costados, nunca hacia el centro. Pues lo tiró al medio, donde estaba Turan. Pase interior y Diego solo ante el portero. Circunstancia que Lopo se empecinó en corregir a las bravas con una entrada a destiempo, sin medir. Patada a la tibia, penalti y tarjeta roja sin discusión. Media hora de partido, gol de Falcao desde los 11 metros y el Getafe descalabrado, en inferioridad numérica. Pero el cortocircuito, sin explicación mayor que la negligencia para confeccionar el ataque y abrochar la defensa, lo sufrió el Atlético.

Conscientes de que con uno menos el error se magnifica, de que nadie puede zascandilear ni desentenderse del esfuerzo, los jugadores del Getafe se abrigaron en su campo y ejecutaron un ejercicio defensivo de lo más atinado. Ni siquiera tiraron del contragolpe. Les bastó con las jugadas a balón parado. Una falta soberbia de Barrada acabó en gol y otro lanzamiento lateral, prolongado por Míchel, no pudo despejarlo Filipe Luis. Dos redes y todo un mazazo para el Atlético.

Inexpresivo, el cuadro de Manzano no replicó ni hiló jugadas para desmoronar la zaga rival. No tenía argumentos ni fe; no tenía fútbol. Solo un disparo aislado de Domínguez, que dio en una pierna espontánea, descolocó a Moyà e igualó el duelo. Fue un espejismo, como el triunfo ante el Udinese. A la siguiente jugada, el colegiado se inventó un penalti de Turan a Diego Castro. Una pena máxima que ejecutó el propio Castro a gol. Una pena de Atlético, que no gana ni con uno más.