Flórián Albert, heredero del maravilloso fútbol húngaro

El fútbol, metáfora de la vida, no siempre recompensa a tiempo a los protagonistas de su mejor relato. A los húngaros, por ejemplo, que protagonizaron en los años 50 una de las grandes epopeyas de este deporte. Aquella maravillosa Hungría que el 25 de noviembre de 1953 se convirtió en la primera selección en derrotar a Inglaterra en Wembley (3-6, nada menos), con una delantera de museo: Kocsis, Czibor, Puskas, Hidegkuti y Budai. Un año después, en el Mundial suizo de 1954, Alemania les castigó en la final y Hungría, como Holanda 20 años después, pasó a la historia como un campeón sin título. Por entonces, Flórián Albert, nacido en Hercegszántó, 200 kilómetros al sur de Budapest, tenía 12 años. "Lo aprendí todo de aquel equipo", diría más tarde el joven Albert, que a los 18 años ya tenía plaza en el Ferencváros, heredero del incunable Honved. Goleador elegante como pocos, Albert, fallecido el pasado lunes, fue eterno hasta su retirada en 1974, tiempo suficiente para marcar 256 goles en 351 partidos con el único club de su vida, y al que hoy en día da nombre a su estadio. Con la selección marcó 32 tantos en 75 citas, y fue uno de los máximos goleadores del Mundial de Chile de 1962. Cuatro años más tarde, en Inglaterra 66, dejó boquiabierto al mundo al liderar a la Hungría que desterró a Brasil (3-1) en Liverpool. En 1967 fue premiado con el Balón de Oro, el único recibido por un húngaro. Bien que lo merecía Albert, gran heredero de una de las mejores escuelas de la historia. Con Albert, bronce en los Juegos de 1960 y en la Eurocopa de 1964, el fútbol saldó una de sus mayores deudas.