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Feijóo y Castellano

La crisis económica general y la práctica desaparición del sistema financiero gallego —probablemente la peor noticia para Galicia en mucho tiempo— han devuelto al primer plano el debate sobre la necesidad que tiene este país de revisar a fondo su modelo de economía productiva, de modo que sea capaz de generar empleo estable y bien remunerado. Apelar a un consenso básico al respecto en vísperas electorales resulta una ingenuidad, pero una vez quede atrás el 20-N podría haber llegado el momento de adoptar iniciativas al respecto. No hacerlo conducirá a que Galicia se desertice económicamente hablando. Los papeles de la Xunta y de Novagalicia Banco —¡qué nombre más extraño!— son, en ese sentido, esenciales, ya que al Gobierno de Feijóo le corresponde el fomento y planificación de la actividad económica en Galicia —así lo estipula el Estatuto de Autonomía— y del banco de Castellano depende la mitad de las finanzas de los gallegos, lo que puede dar idea de su peso en esta comunidad.

A España, como dijo Felipe González, le queda "un poco" para salir de la crisis, pues si bien entró en ella con un sistema financiero relativamente menos dañado que el británico, el francés, el alemán o el estadounidense, se descuidó y no fijó la reestructuración del sistema que los otros hicieron —sí o sí—, porque no tenían más remedio. Pero ahora en Galicia toca hacerlo, en positivo, de manera pactada, a ser posible alrededor de Novagalicia, que si por algo debe empezar es por desprovisionar lo provisionado, a fin de liberar recursos financieros mal empleados en el ladrillo y dilapidados en la especulación inmobiliaria.

El indiscutible liderazgo de Feijóo queda en ese sentido a prueba, de modo que tiene una magnífica oportunidad para demostrar que su carisma mediático también puede funcionar cuando de lo que se trata es de las cosas de comer. La alternativa -y no es ninguna exageración— es la desertización económica, algo de lo que ha alertado más de una vez el profesor Beiras en los últimos tiempos.

El prometedor consenso entre el PP y el PSdeG en CRTVG puede ser interesante por su valor político —otra cosa son sus consecuencias laborales—, pero para el conjunto de los gallegos resultaría mucho más sustancioso alcanzar un gran consenso ligado a su economía, con la implicación de Novagalicia, que en la práctica es ahora un banco público. La Xunta debe asumir, en ese sentido, que tiene muchas de las competencias que afectan a la microeconomía y que eso requiere un liderazgo en su equipo económico, máxime a la vista del fracaso —o la inacción— de algunos de sus actuales responsables. Aquí hace falta un Rodrigo Rato o un Pedro Solbes al frente de la economía.

Galicia tiene la opción de copiar el modelo de un länder alemán, en el sentido de apostar por la economía productiva, orillando —de una vez y para siempre— la economía especulativa y la economía clientelar. Desde la Xunta se puede intervenir, por ejemplo, en el mercado de empleo con políticas activas, ligadas al conocimiento que tiene el Igape de la realidad de sus empresas, porque de lo que se trata ahora es de que haya empresas y trabajo, y no meros negocietes al servicio de particulares. El autogobierno es el principal activo de Galicia, junto con su gente, y Feijóo aún tiene margen para demostrar que se trata de un instrumento útil puesto en sus manos. Es la mejor manera de evitar que le acusen de un fracaso en materia financiera y de empleo, asumiendo que con Madrid hay que dialogar para avanzar, lejos de hacer victimismo estéril. Y para crear empleo es más eficaz un euro de gasto en infraestructuras que en rebajas fiscales.

Un gobierno moderado de centroderecha también puede asumir, si quiere, la fortaleza del sector público y la coordinación de éste con el sector privado. En el actual contexto de desaceleración interna es imprescindible exportar bienes y servicios, de modo que la balanza por cuenta corriente tienda al equilibrio. La clave es exportar. Por eso, si una empresa exportadora pide ver al conselleiro del ramo, éste debería dejarlo todo y ponerse manos a la obra, en vez de delegar y no resolver nada. A más de uno quizá le hace falta apelar a lo que John F. Kennedy denominó la fortaleza moral e intelectual que precisamos. Se avanza mejor cuando también se controla el retrovisor. @J_L_Gomez

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