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Reportaje:Breakingviews

Todavía juntos

La eurozona se pone de acuerdo, pero es pronto para cantar victoria

Los dirigentes de la eurozona tienen un pacto. Se han puesto de acuerdo en lo básico respecto a los tres asuntos controvertidos que originan las profundas divisiones expuestas durante las últimas semanas. La carga de la deuda de Grecia se aligerará. Los bancos de la zona se recapitalizarán. Y la capacidad del fondo de rescate del euro se ampliará.

Los mercados lo han aplaudido, como suelen hacer en las raras ocasiones en las que los 17 miembros de la zona euro se ponen de acuerdo en algo. Pero es demasiado pronto para celebraciones. Los dirigentes de la unión monetaria han dejado sin resolver muchos detalles.

No importaría demasiado si la zona euro tuviese la credibilidad necesaria para convencer a los mercados de que hará lo que dice. Pero falta esa credibilidad, así que tendrá que redoblar sus esfuerzos para tapar los agujeros. También debe asegurarse de que la puesta en práctica del acuerdo sea a toda prueba. Incluso en ese caso, el destino inmediato de la zona euro depende de dos factores que escapan a la influencia de sus Gobiernos: las decisiones del Banco Central Europeo y el crecimiento económico mundial.

Como se ha visto en ocasiones anteriores, las divisiones no terminan con una cumbre y la firma de un comunicado. Con la puesta en práctica, la eurozona pasa a la parte más difícil del acuerdo. Existe el riesgo de que algunos países concretos hagan surgir nuevos obstáculos si los Gobiernos se topan con dificultades internas. Esto podría conducir a más retrasos y a más oleadas de pánico en los mercados.

La cumbre también ha demostrado que Alemania lleva el timón del debate. Para la zona euro, esto es una liberación y una preocupación al mismo tiempo. Liberación porque Angela Merkel al fin parece saber lo que quiere y tiene instrucciones más claras del Parlamento alemán. Pero es una preocupación porque todos los debates están delimitados por los tabúes que Alemania no quiere romper, en particular el de la posible intervención del Banco Central Europeo en el mantenimiento de la estabilidad financiera de la zona.

La actuación del BCE será crucial en relación con la financiación de los bancos, la compra de bonos soberanos y los tipos de interés. No debería esperarse nada tan radical como un giro de 180 grados cuando su nuevo presidente, Mario Draghi, asuma su cargo (el equilibrio de poder en el BCE seguirá siendo el mismo), pero si el banco central opina que los Gobiernos han hecho su parte, podría adoptar una postura más flexible.

Al final, el pacto del 26 de octubre debe juzgarse por las respuestas a tres preguntas. ¿Aligera la carga de la deuda de Grecia? La respuesta es que probablemente. ¿Protege la zona, y en particular sus bancos, ante el riesgo de que los mercados puedan sucumbir a un ataque de pánico? La respuesta es que tal vez. Finalmente, ¿resuelve los problemas de Italia y hace bajar los intereses italianos respecto a sus niveles actuales, cercanos al 6%? La respuesta es que no. Italia necesita un Gobierno serio, decidido a reformar la economía.

El pacto no señala el fin de la crisis, y ni siquiera el principio de su fin. Pero ayudará a calmar los nervios si va seguido rápidamente de indicios sólidos de que todos los Gobiernos de la zona euro lo pondrán en práctica sin vacilar.

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