Merengue
Montar batallas en las que los proyectiles son tartas de merengue fue un recurso infalible del cine mudo para provocar la risa de los espectadores, así como hay gente que encuentra un goloso afrodisiaco del erotismo en lamer el cuerpo deseado convenientemente empapado de champán, farlopa o de cualquier sabor que le plazca a los sentidos. También nos resultan involuntariamente cómicos los resbalones y las caídas del prójimo en la calle, sobre todo si sus andares son envarados o parecen sentirse muy orgullosos de su apariencia y de su privilegiado lugar en el mundo. Y los críos disfrutan (los adultos más gansos también, pero nos reprimimos) disparándose con pistolas de agua, dándose aguadillas y sustos aparatosos y livianos. Y, cómo no, ante los discursos enfáticos y huecos de tanto dirigente político, es muy humano sentir la tentación de arrojarles un cubo de agua para cortarles el trascendente rollo.
Siendo tan divertido ver en situación grotesca a los personajes públicos que nos desagradan y admitiendo que a todos nos gustaría responder como Groucho Marx en Sopa de ganso al indignado interrogante que le hace un agraviado ministro de "¿pero usted sabe con quién está hablando?" con un rotundo "no me lo diga ¿animal o vegetal?", no consigo que me haga gracia ver a un ecologista de la izquierda abertzale (así definen al audaz transgresor, el ecologismo y la izquierda deberían querellarse contra tanto fascista que usurpa sus siglas) estampando una tarta en el careto de la presidenta de Navarra.
Los motivos del aguerrido pastelero se centran en su rechazo al AVE, esa cosita tan anhelada por toda la gente sensata que identificamos el infierno con los aeropuertos españoles, ya que el sagrado verdor de Euskal-Herria podría ser profanado por los imperialistas trenes rápidos. Agradeces que el merengue violento sustituya a partir de ahora a los balazos para solucionar desencuentros ideológicos, pero sigo sin pillarle el punto a que un concienciado idiota encuentre revolucionario llenar de crema a los que no sienten añoranza por la Edad de Piedra.
Lo único ingenioso es la respuesta de la víctima: "He comenzado la presidencia de forma dulce".
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