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La Corte de La Haya localiza a Saif el Islam y le promete un juicio justo

"Es inocente mientras no se demuestre lo contrario", dice el fiscal Moreno Ocampo

Isabel Ferrer

La busca y captura de Saif el Islam, hijo predilecto de Muamar el Gadafi y hasta hace poco destinado a sucederle en Libia, está al rojo vivo. Acusado de crímenes contra la humanidad por haber participado -indirectamente- en la persecución y asesinato de civiles durante la revuelta contra la dictadura de su padre, la Corte Penal Internacional (CPI) ha logrado hablar con él.

Aunque el contacto se produjo a través de "intermediarios", el mensaje transmitido no dejaba lugar a dudas. El fiscal jefe, Luis Moreno Ocampo, quiere que Saif el Islam se entregue y le asegura "un proceso justo". "Tiene derecho a ser escuchado, como cualquier otro sospechoso. Es inocente mientras no se demuestre lo contrario, y corresponde a los jueces decidir", ha dicho Moreno Ocampo. La respuesta de Saif, a quien la comunidad internacional consideró en su día un moderado dispuesto a convertir su país "en el Dubái del norte de África", no fue desvelada por la Corte.

El Gobierno libio cree que al hijo de Gadafi lo protegen los tuaregs

No es de extrañar. A sus 39 años, el fugitivo no solo huye por el desierto con el estigma de presunto criminal internacional a cuestas. Si las informaciones del Consejo Nacional de Transición libio (CNT), el actual Gobierno interino, son acertadas, los protectores de la familia del dictador caído son tuareg: los nómadas del desierto del Sáhara. Un pueblo distribuido por tres países fronterizos con Libia -esto es, Argelia, Malí y Níger-, que habrían prometido llevarle adonde quiera. Aunque, en estos momentos de la escapada, mejor sería decir que le llevarán donde se encuentre a salvo.

Porque el hijo de Gadafi, arquitecto de formación, tiene miedo. Miedo a terminar linchado y asesinado a tiros por una turba, como su padre, cuya ejecución vio el mundo por Internet. O a morir en circunstancias dudosas, como Mutasim, uno de sus hermanos, capturado también vivo el pasado 20 de octubre por los rebeldes.

"A través de canales informales, hemos sabido que un grupo de mercenarios estaría dispuesto a trasladar al hijo de Gadafi a un país africano que no sea miembro de la Corte Penal". Este es otro de los pasajes relevantes del comunicado mediante el cual la fiscalía subrayaba el esfuerzo que hace por traerlo a su sede, en La Haya.

Porque el miedo que guía a Saif puede llevarle por dos caminos opuestos. En el primero, acabaría en una celda de la cárcel de la ONU en Holanda. La misma, por cierto, que alberga a los reos de las guerras de los Balcanes, al expresidente liberiano, Charles Taylor, y a Thomas Lubanga, el líder congoleño acusado de reclutar niños soldado.

Por la otra ruta, podría intentar llegar, por ejemplo, a Zimbabue. Su presidente, Robert Mugabe, fue un firme aliado de Muamar el Gadafi. Y tal vez no lo entregara a los fiscales de La Haya. Como a otros líderes africanos, y a la misma Unión Africana, a Mugabe le parece que la Corte hace demasiado hincapié en los presuntos criminales de su continente. Una opinión compartida por Kenia o por Chad, dos miembros de la CPI que se niegan a detener a Omar el Bashir, presidente sudanés, acusado de genocidio en Darfur.

A Moreno Ocampo no se le escapa la cambiante situación del hijo de Gadafi. Hasta ahora ha sido visto, supuestamente, al sur de Libia, en la frontera con Níger e incluso en Malí. Por eso el fiscal dijo ayer que buscaba la forma de "interceptar cualquier vuelo que cruzara el espacio aéreo de un país miembro de la Corte, y pudiera llevar a bordo a Saif el Islam". La Corte Penal Internacional carece de policía, y sus órdenes de arresto son ejecutadas por Interpol.

El pasado mes de agosto, cuando los rebeldes libios aseguraron que habían capturado a Saif el Islam y otros dos hermanos Gadafi, Moreno Ocampo confirmó la información desde La Haya. Saif apareció al día siguiente en el centro de Trípoli para dar una rueda de prensa.

Saif el Islam, en una imagen captada en Trípoli el pasado agosto.
Saif el Islam, en una imagen captada en Trípoli el pasado agosto.P. HACKETT (REUTERS)

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