El 'plan A'
Los recortes que imponen las políticas del control del déficit terminan ahogando el crecimiento. Un Estado que ahorra solo puede dejar de invertir. Un Estado que no invierte, destruye empleos directos e indirectos, rebaja los sueldos de los funcionarios, congela las pensiones, etcétera. En consecuencia, el ahorro del Estado implica, aparte de la degradación de los servicios públicos y del detrimento del bienestar de sus ciudadanos, una brusca disminución del consumo. Y en un país donde no se consume, la economía no puede crecer.
Es de sentido común, el mismo sentido que avala las últimas propuestas de Durão Barroso. Los bancos recapitalizados con dinero público recibieron ese capital junto con el compromiso de prestarlo a empresas y familias para reactivar la economía. Como, lejos de cumplirlo, se lo gastaron en deuda pública de países que en este momento tienen dificultades, lo justo es que pechen con las consecuencias, en lugar de pretender acaparar un fondo de rescate destinado a aliviar la situación de los ciudadanos de esos mismos países. En otras palabras, los que han creado esta crisis, deben pagarla.
Hasta aquí, bien. No hace falta ser economista para comprender esto. Lo que resulta incomprensible es que Merkel dejara caer, hace unos días, que la economía no crece porque a lo mejor la UE ha obligado a sus socios a recortar demasiado. Y que Durão Barroso haya esperado hasta anteayer para hablar de la tasa Tobin, y para proponer que se prohíba que los bancos rescatados paguen dividendos y rentas vitalicias a sus altos cargos. Porque, si ahora resulta que lo que hay que aplicar es el sentido común, ¿quién es el responsable de la dramática situación griega, del drama que se perfila en el horizonte de Irlanda y Portugal, del que planea sobre nuestras mediterráneas cabezas? Si este es el plan B, ¿cuál era el plan A?
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