_
_
_
_
SOUL | James Morrison
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El rubiales Stevie

El nuevo niño bonito del soul blanco británico tenía una cuenta pendiente con esta ciudad. Hace dos años, un domingo de otoño en La Riviera, le noqueó una afonía y tuvo que cancelar el recital. Ayer, en una actuación para 200 invitados en Colonial Norte, James Morrison podría haber optado por escurrir el bulto, pero fue el primero en recordar el episodio y pedir disculpas. Como lo hiciera con sonrisa nívea, la audiencia femenina se las concedió de inmediato.

Sí, el muchacho de la camiseta marinera y sempiterno chalequito ejerce de conquistador. Es joven (27 años), talentoso, guapo. Dispone de una voz espléndida; melosa a ratos y muchas otras veces con esa rugosidad de los artistas negros que admira. Cerramos los ojos y creemos escuchar a Stevie Wonder; solo al abrirlos descubriremos que se trata de un zangolotino rubiales.

Morrison lo tiene todo para que los envidiosos le detesten. La prensa musical británica no se atreve a despellejarlo, pero lo trata con desdén, como un potencial candidato a anunciar vaqueros. Prejuicios: Gerard Piqué también lo hace y no por ello deja de ganar la Champions.

El de Rugby solo tuvo tiempo de ofrecer ocho canciones y no se anduvo con rodeos: las seis primeras pertenecían a The awakening, su reciente tercer álbum, que ya ha coronado las listas en su país. I won't let you go suena a Otis Redding, con esa estructura creciente y la añoranza hinchándole las cuerdas vocales. Up es un dúo parecido a Broken strings, solo que mejor escrito. Person I should have been, casi en clave de góspel, sonó descarnada, estupenda. Y la irresistible Slave to the music es la canción que Michael Jackson no supo escribir en sus dos últimas décadas. No descubre nada, pero James Morrison es muy bueno. Y que se chinchen los envidiosos.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_