Juan Pablo II y Benedicto XVI. Del neoconservadurismo al integrismo

Ensayo. La papolatría de los jóvenes llegados de todo el mundo a Madrid este agosto para ver al pontífice Benedicto XVI suscitó en el teólogo José María Castillo la pregunta de por qué se quiere tanto al Papa. El fondo del asunto está en el miedo a la libertad. Queremos ser libres, pero tememos ser libres de verdad. Castillo lo argumentaba acudiendo a la genialidad de Dostoievski en el discurso que el Gran Inquisidor le larga al bueno de Cristo, preso de la Inquisición en un calabozo de Sevilla (Los Hermanos Karamazov, libro quinto). "El más vivo afán del hombre libre es encontrar un ser ante quien inclinarse", le dice Iván a Aliosha. El Papa de Roma se autoproclamó infalible una vez y es llamado por los suyos Su Santidad. He ahí todo un ídolo. Pero pocas autoridades mundanas se han equivocado tanto, rectificando muchas veces y hasta pidiendo perdón hace bien poco por errores a veces criminales. Lo hizo Juan Pablo II, y su sucesor Benedicto XVI ha vuelto a suplicar más perdones, ahora por terribles casos de pederastia entre eclesiásticos. El catolicismo vive una profunda crisis. Se vacían las iglesias, faltan sacerdotes, no hay seminaristas... "¡Cuánta suciedad!", se lamenta Benedicto XVI, antes de proclamar que su organización es hoy "una viña desbastada por jabalíes". Pese a todo, estos dos pontífices no paran de recibir elogios, en forma de libros que más parecen hagiografías que otra cosa. Juan Pablo II incluso va camino de los altares, de la mano de un amigo con poder para hacerlo. No había precedente. Por eso son tan preciosos los libros que se alejan del santoral y abordan el asunto con sentido crítico, buceando en la verdad de los hechos. Este del teólogo Tamayo lo hace de manera lúcida, con un repaso casi completo de las grandes cuestiones que han marcado los dos mandatos. Imprescindible para quien quiera saber.