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Columna
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La jubilación de Abbas

El viernes pasado el presidente de la Autoridad Palestina (AP), Mahmud Abbas, presentó al Consejo de Seguridad la petición de ingreso de Palestina como Estado de pleno derecho en Naciones Unidas. El líder palestino, de 76 años, que lleva tratando infructuosamente de obtener ese reconocimiento por medio de negociaciones directas con Israel desde la muerte del fundador, Yaser Arafat, consideraba que ya había hecho cuanto estaba en su mano para la creación, siquiera fuese virtual, de un Estado soberano en los territorios conquistados por Israel en 1967, y se asegura que albergaba la intención de retirarse, pero no sin haber dado antes un puñetazo sobre la mesa.

Abbas no ignoraba que la totalidad de sus objetivos era inalcanzable; que no habría ingreso pleno porque Estados Unidos interpondría su veto en el Consejo, si este organismo aprobaba la petición, pero quería hacer un último gesto de desafío ante el mundo entero. Arafat había dicho que la vía hacia la independencia pasaba por demostrar a Estados Unidos que era en su interés la creación del Estado, pero, al margen de si los palestinos han hecho o no todo lo necesario para demostrar que es así, el gesto de Abbas declara estruendosamente que esa estrategia ha fracasado. El presidente de la AP proclamaba que los Estados Unidos de Barack Obama, el presidente mejor dispuesto emocionalmente hacia la reivindicación palestina, aunque no por ello menos incapaz que sus predecesores en transformar sentimientos en realidades, habían dejado de ser mediadores en el conflicto, y por la sola amenaza de veto, habían mostrado sus verdaderos colores: los de un implacable aliado de Israel, al que poco importaban los derechos nacionales palestinos. Washington ya no es mediador, sino parte en el conflicto.

Aunque no ignoraba que sus objetivos eran inalcanzables, quería hacer un último gesto de desafío

Pero si esa era su intención, parece improbable que Abbas pueda poner fin cómodamente a su carrera. El Consejo no tiene por qué reunirse de inmediato y, en un ínterin que puede ser indefinido, las presiones de Washington van a ser de nuevo insoportables para que se resigne a reanudar las negociaciones con Israel. Es muy cierto que los acuerdos de Oslo establecen como única vía para la paz las negociaciones bilaterales, pero igual que hacen falta dos para bailar el tango, ocurre otro tanto con la paz. Y en este caso hay siempre tres o uno, pero nunca dos. Tres porque jamás está sola la AP, sino flanqueada por Hamás, que rumia su impotencia en Gaza, y con su negativa a aceptar formalmente la existencia de Israel mina la diplomacia de Abbas y da la razón al Gobierno de Jerusalén, cuando este acusa al líder palestino de no ser amo ni en su casa; y solo uno, porque cuando Israel y la AP se ven cara a cara, la negativa sionista a congelar la colonización de los territorios vacía de sentido a la negociación. La alternativa al veto de Washington sería presentar el dossier de ingreso ante la Asamblea General y esperar de esta un premio de consolación: el ingreso como Estado pero solo a título de observador, sin voto, que transforma el puñetazo en un bufido.

Israel tiene un futuro complicado. Turquía, hostil; y Egipto, en irritación creciente, crean una sensación de estrangulamiento diplomático; y la primavera árabe, si algún día llega al verano, creará problemas inéditos al Estado sionista, como que los principales Estados árabes respalden la causa palestina, pero entonces desde la realidad democrática. Israel ha capeado, sin embargo, peores temporales y no se siente especialmente acorralado, y si la ruptura de la AP con Estados Unidos se consuma, se dará con un canto de júbilo en los dientes. Ante la Asamblea de la ONU, el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, no tuvo reparo en repetir el conocido mantra de que Israel había más que cumplido la resolución 242 de la ONU con la retirada de Gaza en 2005. La resobada -y resabiada- argumentación se basa en que el texto aprobado por el Consejo en su versión inglesa es gramaticalmente ambiguo a la hora de pedir la retirada de los territorios, pero hay una versión francesa igualmente oficial, que no ofrece lugar a dudas. Si los autores de la resolución hubieran querido permitir a Israel una retirada a la carta, así lo habrían expresado; y, por añadidura, lord Caradon, redactor del texto, despejó cualquier equívoco diciendo públicamente que eran todos y bien todos.

Es posible que esté comenzando una nueva etapa del conflicto. Pero no que permita al presidente palestino retirarse diciendo "deber cumplido".

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