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A vista de pájaro

A vista de pájaro fue el título de una serie de Televisión Española de hace años que mostraba, tomados desde un helicóptero, paisajes de nuestro país en su rica variedad. Ahora, en vísperas de unas elecciones generales, es buena ocasión para subirse al helicóptero del historiador y, también a vista de pájaro, contemplar desde lo alto nuestro abigarrado paisaje político, social y económico. Para ello será menester olvidarse de los azacaneos de la vida cotidiana y de la multitud de opiniones sobre la cosa pública, con diagnósticos inapelables de lo que nos pasa, recetas infalibles para remediar nuestros males y descalificaciones de todo el que piensa distinto. Habrá que dejar de lado también la última sorpresa que nos ha deparado la vida política. Acostumbrados como estamos a que anden siempre a la greña, el PP y el PSOE se han puesto inesperadamente de acuerdo y en una semana han logrado nada menos que reformar la Constitución. Una reforma, sin embargo, que no ha suscitado ciertamente el aplauso unánime y que plantea muchos interrogantes sobre sus causas y consecuencias.

Hace falta una economía de mercado menos despiadada, con los sacrificios mejor repartidos
La vulnerabilidad económica de España es el resultado de 30 años de triunfalismo

Opiniones y sorpresas aparte, en realidad lo que está en juego en las próximas elecciones no es nada decisivo, pues ni España se hunde ni nadie tiene panaceas para sacarnos rápidamente de la malhadada crisis. Esta nos ha golpeado con fuerza, menos que a algunos, pero más que a la mayoría de los países europeos.

Ha sido así por nuestra vulnerabilidad económica, resultado de 30 años en los que ha sobrado triunfalismo. De ello somos culpables todos, pues hemos presumido ante el mundo no solo de cómo superábamos enfrentamientos y dictadura sino también de cómo dejábamos atrás la pobreza para contarnos entre los países avanzados, con ínfulas de figurar en el pelotón de cabeza.

Huelga decir que la crisis nos ha bajado los humos y, ahora, si en algo destacamos es en ser el país europeo con mayor desempleo. Además, el descontento social consiguiente ha mostrado las imperfecciones de nuestra democracia, con problemas que otros no tienen o tienen en menor medida: corrupción, memoria histórica, relaciones con la Iglesia católica, Estado de las Autonomías, nivel educativo, sistema electoral, dificultades para renovar el Tribunal Constitucional, final de ETA... Dicho esto, tampoco hay que incurrir en un negro pesimismo. Seguimos

perteneciendo a una zona privilegiada desde el punto de vista geopolítico, y nuestra suerte está vinculada a la de la Unión Europea. Es verdad que esta, en los últimos años, ha progresado menos que otras partes del mundo y atraviesa un trance difícil al tener que recomponer las cuentas públicas, trastocadas por la crisis, con más austeridad, es decir, y puesto que aumentar el ingreso es casi imposible, con menos gasto, incluido el necesario para sostener el tan preciado Estado de bienestar.

Tarde o temprano, sin embargo, volverá la bonanza, ya que Europa tiene capitales, personal cualificado, instituciones, recursos, tecnología e ingenio suficientes para no sumirse en una decadencia sin fin. Superadas las renuencias actuales, es de esperar que los miembros de la UE acaben reforzando sus lazos políticos, económicos y fiscales, con lo que España, al codearse con otros países más avanzados, saldrá ganando, como ganó con nuestra adhesión en 1986 a la entonces Comunidad.

Pero de momento cunde el descontento, sobre todo entre el pueblo llano y los jóvenes, que son a los que más zurra la crisis. Un descontento que se ceba en los políticos en general y en los gobernantes en particular, lo que resulta lógico y algo injusto.

Basta ver lo que ocurre en otros países para comprobar que bonanzas y crisis no dependen del buen querer de quienes gobiernan. Se dice que estos ceden ante la presión de los mercados, lo cual, cierto como es, no tiene nada de particular, pues no en balde vivimos, para bien y para mal, en una economía de mercado.

Lo que ocurre es que cuando escampa, esa presión no se nota, aunque exista igual.

Una solución sería, entonces, cambiar de sistema y prescindir del mercado. Quizá algún día ello sea posible y se establezca una sociedad más justa y racional, pero mientras llega tan venturosa fortuna, tal vez dentro de un siglo o dos, hacer hoy cambios revolucionarios sería suicida, al no haber repuesto a lo que hay.

No exageremos, dirán algunos. Sin necesidad de hacer la revolución o esperar el santo advenimiento, lo conveniente sería una economía de mercado menos despiadada, sin apretarse tanto el cinturón y con sacrificios mejor repartidos. Este es el quid de la cuestión, o más bien la cuadratura del círculo, al tenerse que aunar tres cosas contradictorias: austeridad, equidad y crecimiento. Nadie lo consigue, claro es, lo que no impide que los ciudadanos pidan en todas partes mejores respuestas ante la crisis y manifiesten su descontento votando menos al partido en el poder.

Por descontado que las elecciones no van a traernos el final de la crisis y seguirán, pues, los sacrificios, que hay que esperar acaben cuanto antes. Aunque ello dependerá en buena medida de lo que ocurra allende nuestras fronteras, hay que insistir en nuestras posibilidades como país. Es verdad que no somos Noruega, con sus extraordinarios indicadores económicos y sociales, pero tampoco somos Somalia y evidentemente tenemos más puntos comunes con la primera que con la segunda. Respecto de nuestros vecinos, estamos bastante mejor que Marruecos, algo mejor que Portugal y algo peor que Francia.

En suma, si nos miramos el ombligo vemos muchos problemas. Si remontamos el vuelo, comprobamos que no son tan graves ni insuperables. Para irlos superando mejor, convendría que el 20-N marcase un modesto punto de inflexión, con menos heterocrítica por parte de los políticos y más autocrítica, sin achacar siempre a los demás y solo a los demás las deficiencias que padecemos y cuya cuantía hemos descubierto últimamente con cierta sorpresa.

Para todo ello sería bueno más altura de miras y que de vez en cuando observáramos lo que acontece a vista de pájaro.

Francisco Bustelo es catedrático emérito de Historia Económica y rector honorario de la Universidad Complutense.

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