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Ballester vuelve aún más indignado

Exposición de la obra del miembro del Equipo Realidad tras 35 años de silencio

Jorge Ballester (Valencia, 1941) ha vuelto. Nunca se fue del todo. Estuvo ahí, comprometido, y al parecer cabreado. Ahora vuelve a la luz su obra, más indignada si cabe. Ballester fundó junto a Joan Cardells en 1966, en las postrimerías de una todavía letal dictadura franquista, el mítico Equipo Realidad. Eran tiempos en los que el arte adquirió un carácter más social y comprometido bajo el disfraz de pop-art. Años oscuros de creación militante. Una década después, al poco de que Cardells abandonara el proyecto, llegó el silencio de Ballester, que se apartó de la mercantilista escena artística para dedicarse al diseño.

Pero nunca abandonó el pincel. Y 35 años sin exponer es tiempo más que suficiente para volver a darle luz a su obra, debieron pensar Jaime Brihuega y Joan Dolç, comisarios de Ucronías, autopsias, vendette. Jorge Ballester, memoria y prospectiva, la muestra que ayer abrió sus puertas en la sede de La Nau de la Universitat de València. Y lo que verán los espectadores de la exposición es que Ballester no ha perdido ni un ápice de compromiso.

"Esta sociedad tiene una virtud: está tan mal hecha que nos crea mala leche"

"Esta sociedad tiene una virtud: está tan mal hecha que nos crea mala leche", explicó Ballester, "lo que pasa es que hay que saberla encauzar". Y él la ha encauzado, en décadas de ostracismo voluntario, creando. Y comparó esa "indignación" por una sociedad mal organizada con el movimiento del 15-M: "Todo empieza con una indignación, que pasa a cabreo y después a encabronamiento y ahí pueden empezar los problemas", advirtió Ballester. Pero aclaró que en ese movimiento de indignación "vale la pena llegar hasta el final".

"La obra de Ballester tiene la voluntad de hurgar, la voluntad del topo", explicó el vicerrector de Cultura de la Universidad, Antonio Ariño. Por su parte, Brihuega destacó los inicios de Ballester en el Equipo Crónica, "protagonista de una parte de la historia del arte contemporáneo", que supuso una "bofetada crítica" en los "años de plomo" de la dictadura. También confesó el pudor que sentía el artista cuando se gestaba la exposición: "¿Tiene algún sentido mi obra?", preguntaba a los comisarios. Y sí lo tiene, aunque solo sea para contemplar la creación libre de un artista indiferente a los dictados del mercado, de los críticos, de las galerías.

La exposición se desarrolla en cuatro secciones. La primera, Postrimerías de la realidad, aborda los trabajos en torno a la disolución del Equipo Realidad en la más España sórdida. En Ucronías cubistas, el artista especula sobre la hipotética evolución del cubismo. En Queridos monstruos, se centra en la lucha libre mexicana. Y en Carnés de identidad, rinde homenaje a personajes como Piccabia, Marat, Beckmann o Savinio. Y allí se muestra su impresionante Autorretrato transfigurado en Balilla Pratella (1980), ejecutado en una época en que su vida se convirtió en un deprimente agujero negro. Aunque se negó a acabar con todo: "No me quiero ir porque hay cosas maravillosas". Y es que a Ballester le merece la pena vivir, y pintar, aunque sea indignado. "Si no mereciera la pena y me diera igual estaría viendo Telecinco".

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JORDI VICENT

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