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Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Fantasmagoría

El fantasma de Margarida Xirgu, la mitificada actriz catalana que debutó profesionalmente en el Romea a primeros del siglo pasado; el fantasma de otra actriz, la de la ficción de Xirgu, el montaje dentro del que nos ocupa que dirige un estadounidense en el Romea, pero que no llega a estrenarse porque el teatro arde en llamas y ella muere en él; los fantasmas que los supervivientes de la compañía arrastran desde el incendio, y el fantasma del teatro, como disciplina artística, que por lo visto se les ha aparecido a todos los participantes en este proyecto, según indica Sergi Pompermayer -coautor de la pieza- en el programa de mano. Fantasmas y fantasmagorías. Todo ocurre en el Romea y, sin embargo, al finalizar la función se tiene la sensación de estar saliendo de la Aala Tallers del Teatre Nacional de Catalunya, que es donde se presentan los T6, es decir, los montajes de textos de dramaturgos noveles catalanes. Ilusión de los sentidos, por parte del espectador, y figuraciones vanas cuyo único fundamento es entretener al público durante la hora y media del conjunto, por parte de los responsables del espectáculo.

FANTASMAGORÍA

LLUM DE GUÀRDIA (GHOSTLIGHT)

Autores: Sergi Pompermayer, Julio Manrique. Dirección: Julio Manrique. Intérpretes: Mireia Aixalà, Ivan Benet, Cristina Genebat, Oriol Guinart, Xavier Ricart, Marc Rodríguez, Andrew Tarbet. Escenografía: Sebastià Brosa. Vestuario: Maria Armengol. Iluminación: Jaume Ventura. Espacio sonoro: Damien Bazin. Audiovisuales: Marc Lleixà. Teatro Romea. Barcelona, 14 de septiembre.

Llum de guàrdia (Ghostlight), primer montaje de la temporada del Romea, es una comedia de enredo que surge del deseo de Julio Manrique -director de la propuesta, que además se estrena como dramaturgo junto a Pompermayer y como director artístico del teatro- de llevar a cabo un espectáculo de creación junto con sus cómplices habituales, los intérpretes de la obra. Es un puzle de escenas que se cruzan, con flash-backs y giros, y que sobre el escenario se explican a menudo a base de proyecciones audiovisuales; es un ejercicio ambicioso y bien resuelto en lo formal, pero pobre en el fondo porque, más allá del encaje de sus piezas y de la risa inmediata del espectador, no parece buscar nada más. Una pena. Y una decepción, porque Manrique nos tiene acostumbrados a tramas con chicha que, vale, eran ajenas (Mamet, LaBute), pero eran potentes, y de repente, esto de ahora queda muy lejos de esas sacudidas, de esa sensación de sentirse clavado en la butaca que echo de menos.

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