El relato de Guardiola y sus límites
En el acto de entrega de la medalla de oro del Parlament de Cataluña a Josep Guardiola, el entrenador del Barça, tras recibir la distinción, concluyó su emotivo discurso de aceptación con una frase que se convirtió en el corte más reproducido posteriormente en todos los medios, en la que afirmaba que levantarse pronto constituye el punto nodal del éxito personal. Nadie ni nada podrá detener, afirmó, a quien o a quienes se esfuercen de esa manera días tras día. La trascendencia del discurso de Josep Guardiola no reside solo en el hecho de su indudable proyección mediática como entrenador más laureado de la historia del FC Barcelona y su gran aportación al momento extraordinario que vive el club, sino también en su conversión en referente en el campo de los valores y la manera de entender la vida. Y por eso sus palabras trascienden el ámbito puramente deportivo. En este sentido, y como ya tuve ocasión de glosar en estas mismas páginas hace un tiempo, la comparación entre Guardiola y Mourinho apunta a dos estilos muy distintos de entender el liderazgo y el trabajo en equipo. Y sin duda simpatizo mucho más con el liderazgo comunitario y solidario de Guardiola que con el estilo de liderazgo heroico y personalista al límite del entrenador madridista. Discrepo, en cambio, de Guardiola en esa manera de relacionar tan estrecha y enfáticamente el esfuerzo personal con los éxitos personales y colectivos.
Si despolitizamos la desigualdad, solo nos quedara la represión o la compasión para los fracasados que parten con desventaja
La cultura del esfuerzo, tan enfáticamente glosada por Pujol y Mas como característica de una manera de ser como país, entronca perfectamente con una visión individual de las trayectorias vitales. Es evidente que Cataluña, por su propia trayectoria histórica de nación sin Estado, ha mirado siempre con recelo perspectivas de desarrollo muy condicionadas a la existencia de ayudas o privilegios estatales, que aquí llegaban con cuentagotas o eran simplemente negados. Y por tanto, se ha tendido a vincular esfuerzo individual y empresarial con la senda que seguir como sociedad y como país. Jordi Pujol es, en este sentido, quien mejor expresó esa idea, vinculando pertenencia catalana a trabajo en el país, más que a origen, y subrayando así la figura de inmigrantes que lograron convertirse en empresarios de éxito. Tenemos ahí una versión catalana de la american way of life: todo es posible si uno se esfuerza; cualquier limpiabotas puede llegar a ser presidente del país si tiene empuje suficiente.
En el momento de crisis estructural o de cambio de época en el que estamos inmersos, ese tipo de discursos parecen, como mínimo, insuficientes. No hace falta insistir mucho en que la tan cacareada "igualdad de oportunidades" nunca ha sido tal. El premio Nobel de Economía Amartya Sen ha ido poniendo de relieve que si no incorporamos a la ecuación la "igualdad de condiciones o de posibilidades", estamos haciendo trampas. Las carreras vitales de cada cual no parten de un mismo punto, y tampoco el equipo con el que corre cada uno es el mismo ni tiene las mismas potencialidades que el otro. Los hay que inician la carrera con el handicap de arrastrar una mochila llena de piedras (bajo nivel educativo de los padres, condiciones de habitabilidad deficientes, trayectorias de salud erosionadas...), y otros calzan zapatos deportivos con colchón de aire (recursos familiares de todo tipo, económicos, educativos, relacionales...). Los dos pueden levantarse muy pronto cada día para estar a punto para la gran carrera. Y probablemente las condiciones excepcionales de unos pocos elegidos lograrán compensar el hecho de la carga plúmbea que transportan, e incluso ganarán en contadas ocasiones al grupo de las zapatillas deportivas de gama alta. Pero convertir esa excepcionalidad en regla o, peor aún, en referente que exprese los valores de un país es como mínimo exagerado. Son innumerables los jóvenes y adultos que se esfuerzan cada día, se levantan tempranísimo, y a pesar de ello y de su perseverancia no logran compensación alguna. No tienen que esperar regalos o subvenciones, de acuerdo. Pero al menos que se reconozcan sus derechos, que se reconozca la desigualdad de condiciones en la que compiten y que no se les acabe acusando de que lo que les pasa es que no se esfuerzan lo suficiente. Si seguimos por esa, vía lo que ocurrirá es que despolitizaremos la desigualdad y solo nos quedará la represión o la compasión para aquellos perezosos que son una carga para los triunfadores.
Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la UAB.
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