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Columna
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Pólvora

David Trueba

Los incidentes inesperados en las radios y las televisiones provocan una placentera reacción en los espectadores. Cuando a un locutor le da la risa o un presentador queda en antena mientras espera en vano que entre un vídeo, nos ofrecen un zarpazo de realidad que desvela la puesta en escena de todo lo demás. Sucedió algo similar con la polémica entre el locutor de radio Manel Fuentes y el profesor Vicenç Navarro. Las normas de comportamiento muchas veces obligan a los invitados a un programa a comportarse como los voluntarios que salen a escena con un hipnotizador. Aunque el truco no funcione, lo sostienen en aras del espectáculo general. Así, hay entrevistas que no funcionan, pero el invitado, ya sea por interés promocional o por una educación alérgica al jaleo, las sobrelleva. En otros casos es el invitado quien resulta previsible, tópico y sin interés, especialmente si es futbolista, con lo cual el entrevistador sostiene un ejercicio de proyección que resulte digerible.

Desde aquella invectiva de Umbral -yo he venido aquí a hablar de mi libro-, cuando se derrama la sopera sobre el mantel de la cena, lo celebras. Uno sabe que las entrevistas son partidos de tenis, donde por inesperada que sea la volea del rival, tu obligación es devolver la pelota al otro campo. En los últimos tiempos existe una confusión entre periodismo incisivo y falta de templanza. A menudo, los periodistas tratan de retratarse como indomables para sus fieles seguidores y pretenden extraer confesiones como si uno le sacara al invitado la muela del juicio. Cuando Jeremy Paxman le preguntó a Tony Blair si se consideraba un perrito faldero de Bush en plena guerra de Irak, le dio a la pregunta una pátina de comentario ajeno, permitiendo al entrevistado que se defendiera, que expusiera su razonamiento, no lo hizo como un juicio a porrazos. Todo lo contrario. Acabada la guerra le preguntó a Aznar por sus planes de pacificación en Oriente Medio y obtuvo una asombrosa respuesta, que reflejaba la actitud del tío de la vara del integrismo liberal, donde los bombardeos de la OTAN eran la solución más higiénica. Manejó la entrevista como un jarrón de flores y dejó que el espectador oliera la pólvora sin necesidad de quemarla.

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