El bisonte sale de la cueva
Cuando no se encontraba bien, cuando la luz del sol -la realidad en todo su esplendor, todas sus sombras- le asustaba, Juanjo Cobo decía que prefería quedarse en "la cueva". Se encerraba en casa, se tumbaba en el sofá, esperaba la caída de la noche. En el garaje, las telarañas se enredaban en la bicicleta. Así pasó, así lo cuenta él mismo, todo 2010 y la mitad de 2011. Ni se entrenaba ni corría. Carrera que empezaba, carrera de la que se retiraba. Al final, no sabe explicar por qué, aunque la gente que le rodea, la gente del ciclismo, un mundo de supervivientes, aventura unas cuantas razones. Cobo, El Bisonte, como le gusta que le llamen, como le llaman sus vecinos del barrio de La Pesa, salió de la cueva, de la casa de sus padres en Cabezón de la Sal (Cantabria), ganó la Vuelta y, desde el podio de la Cibeles, con su sobrino en brazos, se hizo héroe deportivo, héroe popular de carne y hueso, con arrugas, con un pasado de miserias, con todas las dudas que, inevitablemente, en los tiempos de ahora, acompañan a todos los ciclistas que se destacan del pelotón, como él lo hizo en El Angliru.
Tan impulsivo y frágil mentalmente que no sabe lo que es la regularidad, tremendista artista del todo o nada, Cobo es un personaje excesivo, de esos que solo el ciclismo, el deporte a la antigua, ubérrimo creador de figuras que hacen cosquillas a la imaginación del público, es capaz de generar, y que solo la Vuelta es capaz de producir.
En cierta manera, la victoria de Cobo, el chico de pueblo que le plantó cara a los ingleses, como hace tiempo Perico o Álvaro Pino frenaron las aspiraciones de un escocés, da a la Vuelta -una carrera sin la grandeur del Tour de Francia, sin la historia o el peso en la imaginación del pueblo que tiene el Giro de Italia- el sentido que buscaba. Eso, entronización de gente cercana capaz de superar sus debilidades, la demostración de que no es necesario contar con los mejores corredores del mundo para despertar la pasión del aficionado, y el éxito popular que supuso el regreso, 33 años después, al País Vasco, son quizás las mejores razones para que nuestra Vuelta pueda seguir creyendo en su necesidad, que es también la necesidad del deporte en nuestra sociedad.
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