Una canasta por la libertad
Durante la ocupación soviética, el baloncesto fue símbolo de identidad y resistencia para Lituania
Patriotismo y baloncesto van de la mano en Lituania, un país que respira el deporte de la canasta por cada poro. El balón y la cesta han estado siempre ligados a la historia de esta nación. Incluso en los peores momentos, cuando estuvo zarandeada por las anexiones de Alemania y la Unión Soviética y su futuro se negociaba en otros despachos extranjeros. O mejor dicho, sobre todo en los peores momentos. Entonces el baloncesto se convirtió en un símbolo de unión, en una bandera del sentimiento nacionalista y de la lucha por la libertad y la independencia. En el Museo del Genocidio en Vilna, situado en un antiguo edificio del KGB de varias plantas, una exposición recuerda aquellos años de horror... y de baloncesto.
Fotografías y objetos de la época cuentan la historia: la invasión soviética de 1940, la ocupación nazi de 1941 a 1944, la soviética de nuevo entre 1944 y 1990. A través de uniformes, pistolas, máquinas de escribir y aparatos de radio se narra el destino de decenas de miles de lituanos que fueron arrestados, asesinados u obligados a huir. El sótano del edificio es la sala de los horrores. A los lados de unos estrechos pasillos se conservan habitaciones destinadas al cultivo del miedo. Unas son calabozos minúsculos sin ventilación ni luz. Otras son peores. En ese edificio del KGB, una sala servía para la tortura. Todavía está acolchada, como se hizo entonces para ahogar los gritos. El pueblo lituano luchó en aquellos años por preservar su identidad a toda costa. El precio que pagaron fue caro. Pero algo, una ilusión, permanecía. Era el baloncesto.
En 1937 y 1939, Lituania ganó consecutivamente el Europeo, el segundo y el tercero que se celebraban. Ante las convulsiones que precedieron a la Segunda Guerra Mundial, el baloncesto explotó como un símbolo del país y comenzaron a aflorar los clubes en gimnasios, barrios y hasta escuelas militares. Fue el germen de un deporte que Sabonis, Marchulenis, Homicius y Kurtinaitis convirtieron luego en leyenda. Pero aquella generación mantuvo encendida la llama. Los jugadores que se colgaron el oro (entre ellos estaba Pranas Lubinas, considerado el abuelo del baloncesto lituano) pasaron mayoritariamente a jugar bajo bandera soviética. Fue la suerte que tuvieron por ser profesionales. Otros escaparon o formaron parte de los 150.000 lituanos prisioneros en los campos de trabajo soviéticos. Los años 1940 y 1941 fueron seguramente los más trágicos. El baloncesto era soviético. Pero seguía vivo en el corazón del pueblo lituano. Y a principios de los 50 comenzaron a resurgir los equipos. En 1951 y 1952 nacieron pequeños conjuntos de baloncesto en campos de trabajo y lugares de exilio. No era una tarea fácil. Había que delimitar con cal una pista sobre el barro, construir un tablero con tablones de madera y luchar para confeccionar un aro y recibir un balón y unos equipajes.
Las imágenes de la época muestran a unos jugadores delgados, pero felices de poder jugar en los campos de trabajo. Alrededor de sus compañeros en pantalón corto, otros con abrigos presenciaban los encuentros entre miembros de distintos campos. "Partido del campo número 2 contra el campo número tres. 1952", puede leerse en algunas de las fotografías de la exposición del Museo del Genocidio.
A pesar del trabajo forzado y en ocasiones de la mala alimentación, casi siempre había fuerzas para el juego.
Lituania recuperó la independencia el 11 de marzo de 1990. Se iniciaba su segundo periodo de libertad, tras el anterior a las ocupaciones nazi y soviética. Cinco años después, en 1995, la selección conquistó la plata en el Europeo que se jugó en Grecia. En 2003, tocó el cielo con el oro de la final contra España, en el torneo de Suecia. Y en 1992, 1996 y 2000 brilló con tres bronces olímpicos, el mismo metal que conquistó en el pasado Mundial. Lituania, como tal, solo ha participado en los dos Europeos victoriosos de los años 30 y a partir de los Juegos de Barcelona. Ahora las banderas amarillas, verdes y rojas ondean libres y orgullosas en los pabellones y las calles. Lituania no olvida su historia.
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