Jesús César Silva, apóstol de la revolución cristiana
Muere el fundador de la Ciudad de los Muchachos
En el año 1960, Jesús César Silva Méndez (Ourense, 1933) tuvo un sueño revolucionario. Un sueño hecho a la medida del cristianismo socialista que profesaba y a la medida, también, de la sangre circense que no conseguía aplacar, heredada de sus antepasados. El padre Silva tomó el dinero de su herencia familiar, se echó su ensoñación a la espalda y se lanzó a la ruta del apostolado marxista por el mundo. Lo recorrió con un circo de muchachos -los mismos niños desamparados que iba recogiendo en su camino- y con un mensaje tan ingenuo como letal sobre la paz y el compromiso con los más débiles. A mediodía de ayer se murió en Ourense, a los 77 años, rodeado de los suyos tras varios meses afectado por un derrame cerebral que lo mantuvo sin capacidad para el habla y sin movimiento, pero según sus familiares, con plena lucidez.
La muerte puso el punto final al calvario de unos años en la cuerda floja del descrédito propiciado por una facción de los mismos muchachos a los que salvó de sus orígenes, condenándolos al de su ensoñación. Tras décadas de reconocimiento social -fundamentalmente entre los sectores de izquierda-, un afónico padre Silva clamaba en los últimos años en su televisión local contra los supuestos instigadores del pleito judicial por los terrenos de la Nación de Muchachos, el enclave de Benposta (la "bien puesta", en gallego) sede del circo de Los Muchachos, en las afueras de Ourense. El cura que se enfrentó al Gobierno de Manuel Fraga en la Xunta con el respaldo entonces de PSOE y BNG, quedó al final desencantado de estos últimos partidos.
"La Ciudad de los Muchachos fue un país dentro de un país", repetía para explicar la singularidad de un proyecto democrático generado en las fauces del franquismo, 22 años antes de la llegada a España de la democracia. El sacerdote creó su utopía y la llamó Benposta: ese lugar en el que generar conciencia y un sentido cristiano de la vida con el objetivo de no educar a los niños en un modelo injusto. Quería hacer una sociedad diferente, pero la sociedad convencional, que rechazaba frontalmente pero a la que inevitablemente pertenecía al mismo tiempo, le enseñó los dientes.
Su sueño se quebró en la misma Benposta -que desde hace ya unos años languidece, con las heridas al aire- en la que Jesús Silva quiso demostrar, y lo consiguió durante un tiempo, que "otro mundo es posible". "La máxima de a cada cual según sus necesidades no la inventaron ni Lenin, ni Stalin, ni Fidel Castro ni Hugo Chávez", reivindicaba su ensoñación cristiana el cura en sus declaraciones públicas, mientras reafirmaba su amistad personal con Chávez, que "tiene el proyecto más admirable: el socialismo del siglo XXI".
Precisamente, hace unos años, desencantado ya de los políticos al uso, apareció en Aló, presidente, el programa que dirigía y presentaba en la televisión venezolana el propio Chávez. Desde el implacable primer plano, el padre Silva clamó ante el pueblo venezolano: "Lo más importante de las revoluciones son las ideas".
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