El 'sprinter' alpino
'Purito' Rodríguez, nuevo líder, gana otra vez con facilidad en una rampa tremenda
España es cambiante. Pasa de olivares a encinas o secarrales con apenas pisar el acelerador. Cambian menos los acentos, que van suavizándose o agudizándose con pocos kilómetros de por medio. Esa a que luego es e y esa e que luego es nada. Pero hay cosas que no cambian en esta Vuelta. Si hay rampa, gana Joaquim Purito Rodríguez, convertido en una especie de sprinter de las alturas por su forma de arrancar, por su agilidad de piernas. Cuando arranca en una rampa, parece que fuera por el lado llano y los demás por el monstruoso desnivel. Vamos, que va a la meta como si llegara tarde a cobrar una herencia. En Valdepeñas de Jaén, el acento es cerrado, ahorra vocales y tiene un aire ronco. Allí ganó Purito con un salto guerrillero y tomó el pueblo con dos manotazos y un par de gritos. En San Lorenzo del Escorial es más gutural, pero la rampa es del mismo estilo. Y Purito, catalán de pro, ganó igual en un sitio que en otro, con el acento de siempre, poniendo los puntos sobre las ies en la rampa final (con desniveles del 23%), que le pareció más exigente que la andaluza. "De hecho, vine verla por indicación de Dani Moreno", dijo, "y comprendí su dureza porque tiene como descansillos, pero exige. Por eso me sentaba en los descansos para darlo todo al final". Otra x en su programación tachada con éxito, segundo triunfo de etapa y liderato incluido, aunque este segundo beneficio le importa poco: "Yo quiero el que se entrega en Madrid en la última etapa".
Cunde en el pelotón la duda razonable de cómo ganar a Purito en los finales empinados. ¿Atacarle de lejos? Es una opción, pero entonces aparece el Katusha, implacable, hambriento y paciente, que devora a escapados infelices como todos los que ayer lo intentaron. El último, el joven Madrazo, con buena pinta, pero que apenas disfrutó unos kilómetros por los aledaños de San Lorenzo. ¿Atacarle de cerca? Misión imposible. Purito no ataca: saquea al pelotón de los elegidos, los desnuda como si los pedales fueran su artillería ligera. ¿Qué hacer? Esperar. Ayer aguantó con muchísima dignidad Scarponi, segundo, y sobre todo Antón, sexto, como si el descenso de la temperatura le hubiera inyectado aire en los pulmones, todo el que no tuvo en la primera semana. Ayer se pareció a Antón. No podía ganar frente al huracán Rodríguez, pero supo y pudo estar en la hornacina de los elegidos en una etapa complicada.
Cunde en el ánimo de Purito, dominador, con la vitola de imbatible, calculador y explosivo a la vez, como un artificiero bragado, la duda de si lo que va consiguiendo es suficiente para su via crucis de Salamanca. Lo dice sin tapujos. "Medio segundo me viene bien. Tengo que sacar ventaja porque allí los contrarrelojistas me van a dar una paliza. Debo salir de allí con no más de dos minutos". Va limando segundos en las últimas cuestas, pero en La Covatilla necesita más. Él sabe que es el rey león, pero que puede convertirse en un lindo gatito en Salamanca el lunes. Ya le pasó en Peñafiel en 2010 y aún supura la herida. Wiggins, Menchov o Brajkovic le pueden cortar la ironía, el sentido del humor y el buen rollo con un hachazo vertical.
Purito está feliz, pero intranquilo. Gana con facilidad lo que tiene que ganar, pero mira la clasificación y sabe que Salamanca, cuna de la cultura, puede ser el infierno de su incultura en la contrarreloj. Fuglsang está a 34 segundos; Brajkovic, a 1m 33s; Wiggins, a 1m 48s, y Menchov, el más lejano, a 2m 54s. Pero cunde en su ánimo que, pasada la ciudad universitaria, le quedan muchas etapas para quebrar a sus rivales. Todo depende de que la herida salmantina no sea profunda.
De momento, nadie puede con Purito. Lo intentan unos y otros. Una vez, Nibali; otra, Scarponi; otra, cualquiera. Pero el pequeño catalán mantiene intacta su estampa de sprinter alpino y devora rivales con las manos y con los pies, aunque los segundos caigan lentos, a plomo, en espera de las batallas mayores que se producirán por el norte en la última semana. De momento, cunde en el pelotón la certeza de saber quién es el jefe, pero también abundan los revolucionarios.
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