Daegu es Kenia
Bolt monopoliza las pantallas del estadio, pero las seis primeras medallas, las tres del maratón y las tres de los 10.000m, se las llevan las fondistas del valle del Rift
Quien creyera que el valor semiótico de las ceremonias de inauguración estaba agotado y condenado a la repetición se llevaría ayer una bonita sorpresa al ver la que organizaron los de Daegu, que en una sola hora, prodigio de condensación, enviaron al mundo al menos dos mensajes originales. En uno informaron de lo hortera que puede ser en coreano la poesía mecánica de Hijos de la Luna. Con el otro, más serio, más atlético, homenajearon el valor simbólico de la hoja de laurel, lo cual resultó también más emotivo, gracias sobre todo a que se partía de la peripecia de Sohn Kee-chung, el Zatopek coreano, a quienes los imperialistas japoneses robaron el nombre y la bandera cuando ganó para ellos el oro olímpico, y un laurel, en los Juegos nazis de Berlín 1936. Si no acuñó la frase aquella de que los únicos límites que conoce el cuerpo son los que le fija el alma, al menos sí que la pronunció Sohn, que también la ejemplificó.
Ganó Cheruiyot, por su carácter combativo, en el tercer 10.000 que corría en pista
Rodríguez, tercero en la serie de Bolt, semifinalista en los 100 metros
Ese es, claro, el punto de partida del deporte de competición, como bien lo saben las fondistas kenianas, que no conocen límites, ni físicos, ni mentales ni geográficos, como demostraron ayer, cuando convirtieron Daegu en otra provincia de su país y transformaron los Mundiales en unos meros campeonatos nacionales. No hay más himno que el nuestro, vinieron a decir; que no suene otro.
Por la mañana lo hicieron, esto es, coparon los tres primeros puestos en el maratón -ganó Edna Kiplagat, la mejor: llega de Iten, el pueblo en el que cada amanecer cientos de maratonianos de alto nivel se lanzan a correr por los campos-.
Por la noche, aumentada su inspiración por la emoción inaugurativa quizás, lo repitieron aumentado al ocupar las cuatro primera plazas en la otra final del día, la femenina de los 10.000 metros. Ganó Vivian Cheruiyot, que no era la que con mejor marca partía precisamente ni la más experta en la distancia -era su tercer 10.000 en pista, una especialidad que ha asaltado este año-, pero sí la más combativa, la de más carácter ganador.
Con la victoria, Cheruiyot ha cubierto la mitad de sus objetivos: le falta defender con éxito la corona de los 5.000 metros conseguida en Berlín 2009.
Tampoco conoce límites, o aún no los ha alcanzado, Allyson Felix, quien ayer se lanzó a la conquista del doblete de los 400 y los 200 metros. Lo hizo, aconsejada por Valerie Brisco-Hooks, la atleta que abrió la vía del difícil doblete -seis carreras en siete días: la recuperación y la eficiencia en el gasto son la clave- en Los Ángeles 1984, e imitando a las artistas kenianas, como si se tratara de una carrera de fondo: ágil, alada, dio los pasos justos en su serie para no quemar una célula más de la cuenta. Después se dejó ir. Más fogosa fue su gran rival, su compatriota Sanya Richards, y más nerviosa la campeona olímpica en Pekín, la británica Christine Ohuruogu, quien cometió algo tan inusual en un 400 como una salida falsa -quizás le pudieron el subconsciente y el miedo al fracaso tras dos años de lesión- y fue eliminada.
El estadio de Daegu cuenta con tres gigantescas pantallas LED, el orgullo de la tecnología coreana, alta definición en decenas de metros cuadrados y que habitualmente emiten imágenes diferentes de diferentes pruebas. Llegado el momento, todo ese espacio, enorme, lo ocupó simultáneamente, sin embargo, un solo rostro, el del histrión Usain Bolt, uno que ni piensa en que pueda haber límites en la vida y que enloqueció primero a los fanáticos con sus muecas y luego, más serios, a los puristas del atletismo con su carrera.
Era la sexta serie de los 100 metros y soplaba el viento en contra. De Bolt algunos dudaban, de su forma, de su zancada, de su salida... En tres pasos disipó las dudas, en 30 ganó su serie y dedicó la decena restante a mirarse en las pantallas, feliz, satisfecho -Ángel David Rodríguez, El Pájaro de Móstoles, lo vio en la distancia: corrió en su misma serie y quedó tercero, con lo que logró el pase para las semifinales-.
El tiempo de Bolt, 10,10s, fue el mejor de la noche. El desafío lo tiene a la vista el doble campeón olímpico y mundial y doble plusmarquista mundial: guiar a su Jamaica a una barrida en velocidad similar a la keniana en fondo femenino, convertir a Daegu en una segunda Kingston.
El joven Yohan Blake parecía dispuesto a seguirle en una tarea en la que el principal adversario podría ser, visto lo visto, el actor hierático Walter Dix, sobrado, o incluso, así de magnífico se le vio, el francés blanco Christophe Lemaitre, que ganó su serie con suficiencia, casi con insolencia al final o, si no, con lo que algunos definirían como arrogancia holandesa.
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