En la borrasca interior
Cuando los jóvenes creadores dan el salto del trabajo grupal al solo de creación, suele darse una saturación de elementos, como si en las primeras obras se quisiera decir todo lo que se tiene en la cabeza (y en el cuerpo). Esa lógica invita por sí misma a un proceso incuestionablemente necesario de decantación o destilado, donde de un lado queda la esencia a exponer y del otro un poso residual que también tendrá sus valores y será útil en el proceso sucesivo, pues el solo bailado tiene el mismo poder continuador de un monólogo interior o río verbal, donde la experiencia se fija sobre el imaginario, se espeja y refunde.
Hubo anteayer en el estreno de Ciclón algunos errores iniciales en la entrada de las luces y eso probablemente des-concentró un poco a Lucio en su diagonal de apertura, una especie de iniciación lenta, ritualizada, a su propio camino de sombras. Porque Ciclón habla más de la borrasca propia e interior que una contingencia atmosférica; se oye la lluvia y el vendaval arrasando, pero es un aviso metafórico del debate moral del artista.
CICLÓN
Coreografía y baile: Lucio Baglivo; con Ruth Abramowicz (voz y maquinaria); luces: Paloma Parra; vestuario y objetos: Matías Zanotti. Sala Triángulo. Hasta el 29 de septiembre (todos los jueves).
Lucio Baglivo necesita tomar distancia de sus propios materiales
El propósito queda claro desde la segunda escena, y el bailarín parece decir: "Aquí estoy y este es mi desnudo". Aunque, en la práctica, el desnudo como tal no llegue hasta la escena final, un viaje a la semilla desde una crisálida, esa metamorfosis de apertura al imago en toda su belleza, su poder lírico o inicio de un viaje adulto: es el momento mejor de la velada, tanto por el movimiento corporal como por su pulimento. Así, toda la balbuciente peripecia anterior puede ser señalada como un juego, un preámbulo a los hechos concretos, al compromiso vital (decisivo) del propio artista. El ciclón, la catarsis moral, ha dado paso al hombre. Su desnudez no es otra cosa que su fuerza clásica (como en las estatuas helénicas: un fascinante discurso que, rozando su parte hedonista, lo supera).
Lucio Baglivo necesita tomar distancia de sus propios materiales, aún por encima de unos aparentes hallazgos formales y del evidente éxito del público que llenó la Sala Triángulo y que le rió sus humoradas y le vitoreó al final. El ordenamiento secuencial de un solo es capital para que su sentido circular haga el efecto deseado sobre el espectador.
Las intervenciones vocales extemporáneas de Ruth Abramowicz rompen la atmósfera, desgarran la hilatura que Lucio ha ido feroz y afanadamente tejiendo. No puede decirse que sea música lo que emite Ruth, chilla y desconcentra, aunque por fortuna es breve. Luego la obra vuelve a su cauce natural del solo de arte, se centra en Baglivo y su histrión o sus dotes acrobáticas (en ambos registros se mueve con soltura), pues juega a la instalación y a la búsqueda de justificación en la prosecución de objetos, desde los cotidianos hasta los surrealistas, pues todos valen al propósito de facetar el viaje, dar la suficiente variedad de referencias.
El collage musical cumple su papel ambientador (y hasta propulsor), pero el programa de mano no da crédito a sus autores, tanto a los de los potentes fragmentos electroacústicos como a los melódicos. Debían figurar, es de rigor.
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