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'Mi primera vez' | Hoy, Marcos Giralt Torrente

Irse pronto

Nuestras madres estaban pero no nuestros padres. Tal vez eso contribuyera a unirnos. Me dice la mía que nuestra amistad no duró mucho, poco más de un año, el transcurrido entre la Semana Santa de 1976 y el verano de 1977. Yo, que sé cuánto se dilata el tiempo en la infancia, sospecho que este pudo ser menor. Cosa de unos pocos meses, a esa edad a la que empezamos a hacer amigos que un día pueden convertirse en el primer amor. Nosotros no tuvimos tiempo. Todavía jugábamos. Ella con juguetes que no me enseñó y yo con otros que deliberadamente le oculté. No teníamos rutinas, no llegamos a hacerlas, y supongo que todo lo que habíamos sido por separado no nos bastaba. Queríamos ser otros. Empezar un camino nuevo. Después del primer encuentro durante unas vacaciones, volvimos a vernos varios fines de semana. Hacíamos noche en la casa del otro y dibujábamos y hablábamos hasta que el sueño adensaba las palabras y caíamos dormidos. Vivíamos en la misma ciudad aunque en barrios distantes. Dependíamos, pues, de nuestro propio deseo pero también de logísticas familiares que era necesario hacer coincidir. No sé cuántos fines de semana fueron ni con qué frecuencia. Con toda seguridad he pasado más tiempo pensando en ella del que consumimos juntos. Ocurre con los fantasmas que nos dejan pronto. No tengo ninguna foto, solo dispongo de la memoria para describirla: recuerdo que tenía el rostro redondo cubierto de pecas, el pelo rizado de color negro o castaño oscuro y los ojos vivaces, acaso verdes; recuerdo que era algo más baja que yo y que había alguna diferencia de edad entre nosotros pero no sé a favor de quién, y recuerdo sobre todo que su nombre lo llenaba todo. No lo menciono para no herir innecesariamente a los pocos que como yo guardan memoria de ella.

Casi cualquier cosa que hacemos, que vemos o en la que participamos, incluso la más cotidiana, podemos convertirla en la primera. Basta con que añadamos un elemento diferencial, y siempre los hay. Por ejemplo, la primera vez que me levanté cansado de la cama puede ser sucesivamente la primera vez que me levanté cansado de la cama y vi una araña en el techo, la primera vez que me levanté cansado de la cama y tropecé con el teléfono o la primera vez que me levanté cansado de la cama y no había nadie mirándome. Así hasta el infinito. Son muy pocas cosas, en realidad, las que no admiten que se les añada diferenciales, que son a secas la primera vez. Una de ellas es la muerte.

Mi amiga, la que con su nombre lo llenaba todo, murió en el verano de 1977 de una manera estúpida y la noticia me llegó días después, por boca de adultos que no sabían cómo decírmelo. Lo más consolador lo dejó por escrito uno de ellos en una tarjeta que durante años llevé en la cartera. Casualmente, él fue el siguiente en una lista que el tiempo ha ido engordando.

EVA VÁZQUEZ

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