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Gracias y desgracias
Columna
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Narciso diseñador

Eugenia de la Torriente

A nadie le sorprenderá averiguar que una semana de la moda no se distingue por sus apasionantes conversaciones. Como concentración humana, podría ser una versión ampliada de su comunidad de vecinos, con personajes que poseen más de 80 pares de zapatos. Pero, incluso para los estándares de una semana de la moda, las conversaciones en París en marzo, eran de una alarmante pobreza temática. Todas trataban lo mismo: ¿Quién sustituirá a John Galliano en Dior?

Cualquier teoría gozaba de 15 segundos de fama. Aunque el motivo por el cual resulta plausible que un adolescente en Nueva Zelanda tenga información privilegiada sobre lo que se cuece en la alta costura parisiense tiene más que ver con la fe religiosa que con el sentido común. Harto de hablar de lo único, alguien me dijo en marzo: "Creeré algo cuando lo publique Women's Wear Daily".

Pues bien, el boletín oficial de la industria ha hablado esta semana. Afirma que Dior está negociando con Marc Jacobs. Diseñador que trabaja, de momento, en Louis Vuitton. Ambas casas forman parte de LVMH, el mayor grupo de lujo del mundo. Jacobs y Galliano, de 48 y 50 años, llegaron a él casi al tiempo y están cortados por un patrón común. Hedonistas, obsesivos y excesivos. En el gimnasio o el bar. Cuando Galliano aterrizó en Givenchy -otra firma del grupo, que abandonaría por Dior- declaró: "Quiero seguir siendo alguien que trabaja en un atelier pero que también va a clubes y baila durante 24 horas". Tal vez fuera una opción en los ochenta, cuando las casas de moda facturaban decenas de millones. Cuando se pasó a los miles de millones, se acabó la fiesta.

Marc Jacobs, como John Galliano, ha admitido problemas con el alcohol y las drogas. Ha ingresado para tratarlos dos veces, en 1999 y 2007. Galliano no lo hizo hasta que fue despedido. Según The New York Times, "la compañía le animó repetidamente a que buscara ayuda para su alcoholismo y él respondía que iría a un spa". Pero no fue la empresa quien convenció a Jacobs para que corrigiera su deriva, sino Robert Duffy, su socio desde 1984. Duffy define a Jacobs como "frágil e infantil", pero lo considera su familia. El espejo en el que se miraban los dos diseñadores más relevantes de su generación se rompió cuando uno encontró la manera de lidiar con la inseguridad y el narcisismo: alguien dispuesto a protegerle de todo, incluso de sí mismo. ¿No es lo que queremos todos?

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