La puerta entornada para Serafín Moralejo
De los múltiples universos y sus agujeros negros al bosón de Higgs, estamos rodeados de infinito. Quizá sea mejor que no se encuentre la codiciada partícula. Qué sería de nosotros si se pudiera explicar, en una fórmula escueta, toda esta incomprensible infinitud.
En este mar de inmensidad, cada ser humano es también un pequeño universo. En El as en la manga, Rita Levi-Montalcini explica, con la claridad de sus cien años, las intrincadas combinaciones neuronales de nuestro cerebro. Somos cerca de siete mil millones de universos que producen combinaciones eléctricas ilimitadas. Cada día, en cada momento. Pero, contradictoriamente, somos finitos, y ese hecho es lo que nos hace humanos, porque tenemos un plazo para amarnos y también para odiarnos. Los animales no se aman del mismo modo porque no tienen el sentido del futuro ni la conciencia de la muerte.
Me venían al pensamiento algunas de estas ideas cuando veía a mi amigo, en silencio desde hace años, a través de una puerta entornada. Un día entré y lloramos juntos. Luego ya no me atrevía, temiendo que mi presencia le produjese más dolor que alegría.
Serafín Moralejo era un sabio. Su cerebro estaba especialmente dotado para analizar, investigar y crear enlaces entre el arte y las otras disciplinas, pues "el mundo no está hecho tal como aparece en nuestra percepción de los objetos, ya que debemos crearlos por medio de nuestras categorizaciones". Categorizar, memorizar y aprender son las funciones primordiales de nuestro universo cerebral.
Era también un excelente profesor. Desde su especialidad de escultura medieval, proyectaba ante un aula donde era frecuente que acudiesen a escucharlo alumnos de otras facultades un proceso intelectivo que trascendía el marco docente para abrirse a las más sugestivas esferas del conocimiento.
La cátedra era como un escenario donde envolvía su timidez en un manto de seriedad académica, pero fuera de ese espacio se revelaba como un interlocutor provisto de un acentuado sentido de la ironía que, aparejado a su inmenso saber y erudición, hacía de él un compañero de tertulia muy estimado.
Desde 1983 empezamos a coincidir en torno a los afanes jacobeos. Por entonces el Camino de Santiago estaba bastante olvidado de los poderes públicos y el Ayuntamiento compostelano se empeñó en su recuperación. Como fruto de aquellos primeros intentos surgió un proyecto de actuación conjunta para la rehabilitación del Camino de Santiago, que presentamos en 1986 al Ministerio de Obras Públicas. En él participaron también el profesor Manuel C. Díaz y Díaz y Eugenio Romero Pose. Los tres pudieron ser testigos y recoger, al menos en sus inicios, el éxito de aquellos esfuerzos. Por eso, ahora que ya no están con nosotros me gustaría, si Fernando López Alsina, Carlos Valle y Xosé Carlos Sierra, también coautores, están de acuerdo, editar aquel cuaderno en homenaje a ellos.
El profesor Moralejo sentía especial predilección por esa imagen del paraíso que es el Pórtico de la Gloria. Tendremos que observarlo con atención porque, seguro, alguno de aqués sembrantes tan verdadeiros que estremecían con su misterio a Rosalía de Castro habrá revestido en los últimos días unos rasgos nuevos, o un nuevo rostro se habrá sumado a ellos y nos mirará ahora desde dentro como tantas veces nosotros contemplamos, junto a Serafín Moralejo, esa gloria de piedra.
Xerardo González es arquitecto y exalcalde de Santiago de Compostela.
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