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Reportaje:

Un animalario en el salón

El biólogo Juanjo Iglesias colecciona desde hace dos décadas insectos, moluscos y esqueletos que encuentra en las playas o en los barcos del puerto de Ferrol

En las semanas que siguieron al hundimiento del Prestige, la colección de cadáveres marinos de Juanjo Iglesias se infló. A las playas próximas a su casa de Covas, en Ferrol, de donde recoge desde hace más de 20 años restos de cuanto ser vivo arriba a la orilla, aparecieron en aquellos días de 2002 más aves muertas que nunca. En la arena encontró moluscos que normalmente flotan sobre el agua, lejos del litoral. "Fue una época fastidiada", rememora desde la habitación en la que a mediados de los años ochenta empezó a guardar, clasificar y exponer unas mil piezas de fauna y flora que le traen a veces la naturaleza y a veces los buques que entran en el puerto de Ferrol después de cruzar el Atlántico. Tiene ojos vidal (el opérculo calcáreo de la peonza rugosa, usado como amuleto), hongos secos, nidos de picos picapinos -un pájaro carpintero-, cráneos y patas de ave, esqueletos de reptiles, erizos, estrellas de mar, argonautas (el único cefalópodo que conserva la concha) y nueve cajas repletas de insectos, aunque sus piezas más queridas son unos escarabajos tropicales, dotados de un curioso brillo metálico, y un arácnido africano del tamaño de una mano extendida.

Los cajas de madera exótica escondían escarabajos y arañas como puños
La pieza más antigua es una caimán que trajo un indiano del Caribe venezolano

Hoy es profesor de Biología, pero Iglesias trabajó durante varios años descargando madera en el muelle ferrolano. Entre los paquetes de jatoba, caoba o cedro aparecían a menudo insectos tropicales que fue incorporando a su colección, como un chinche acuático de 10 centímetros, común en Brasil. Cada buque transportaba entre 4.000 y 5.000 cajas llenas de madera, aunque lo que más le interesaba a Iglesias eran los espacios libres que quedaban entre los embalajes, el lugar donde solían meterse los animalitos que viajaban con la madera. Sus compañeros de trabajo, conocedores de su querencia por los bichos, le avisaban cada vez que encontraban uno. "Aquello era una gozada. En otro lugar los insectos acabarían bajo la bota de cualquiera", dice. Del pisotón de los paseantes inaprensivos ha salvado en 20 años a unos mil animales muertos. Es una cifra aproximada porque nunca se ha puesto a contarlos; simplemente los recoge, los limpia y los coloca en vitrinas, en una cristalera o en una cómoda dispuesta para la ocasión.

"Hay quien me dice que estoy loco, pero la mayoría se ha acostumbrado a mi afición", cuenta. Cuando allá por los años noventa su esposa le regaló un murciélago, conservado gracias al formol, entendió que el mayor atranco a su hobby, la convivencia con los bichos, estaba superado. "Con el tiempo he aprendido a seleccionar, a no coger todo lo que me encuentro. No puedo hacer eso si quiero tenerlo todo a la vista", explica. Entre los cráneos de gaviotas y frailecillos colecciona alguno de animales del interior, caballos, jabalíes o corzos que le regalan o que se encuentra muertos en la carretera, atropellados por los coches. "Ando detrás del esqueleto de una ardilla, aunque tampoco me quita el sueño. Busco lo que ha muerto y ya no sirve para nada, lo que la naturaleza me trae". Pronto desenterrará dos tejones que tiene sepultados para que el tiempo los limpie. Los huesos, ya lavados, dice, quedan muy lucidos.

En realidad su gusto por las colecciones de bichos no es en absoluto descabellado. En la facultad de Biología algún profesor pidió a los alumnos un pequeño catálogo de criaturas marinas. El encargo le entusiasmó tanto que el estudiante Iglesias nunca más dejó de buscar restos de animales en las playas. Comenzó a hacerlo en serio a mediados de los años ochenta y desde entonces su pequeño museo privado ha ido creciendo también con regalos de sus conocidos. No busca exclusivamente piezas exóticas; también le valen rarezas locales, como percebes o mejillones de gran tamaño. Una de las joyas del repertorio es un cangrejo infectado por sacculina, un parásito capaz de anular la acción de las hormonas masculinas hasta que el animal toma apariencia de hembra y cuida instintivamente la bolsa de huevas del inquilino, que cree suyas.

"Bajo lupa, los animales que parecen iguales son muy distintos. A mí lo que me interesa es ver la gran cantidad de formas de la naturaleza", explica el biólogo. A sus alumnos les viene bien la pasión recolectora de su profesor: la eterna clasificación en rocas sedimentarias, ígneas y metamórficas a la que todo estudiante acaba enfrentándose en el instituto no es una abstracción para los chicos a los que enseña Iglesias. Ellos pueden aprender diferenciales por el tacto y la apariencia. "A mí me gusta y los chavales me tiran de la lengua", bromea.

La del caimán disecado es una historia bien distinta. Se lo dio un amigo, descendiente de un indiano que lo trajo a Galicia desde el Caribe venezolano, probablemente a principios de siglo. Es el animal más antiguo de la colección y sin duda una de las piezas más rocambolescas. Su colega se lo regaló hace algunos años, harto de tenerlo guardado en el desván.

Juanjo Iglesias, con un cráneo de caballo en la mano, muestra la colección de animales que tiene en su casa de Covas, en Ferrol.
Juanjo Iglesias, con un cráneo de caballo en la mano, muestra la colección de animales que tiene en su casa de Covas, en Ferrol.GABRIEL TIZÓN

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