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mi verdadera historia

DÍA 23

En estas, gano en el instituto un concurso literario de ámbito nacional patrocinado por Coca-Cola. Mi cuento ha tenido que competir con más de 3.000 originales procedentes de toda España. Recibo la noticia con la misma sorpresa con la que me enteré del orgasmo de Irene, también con la misma falta de expresión. Está claro que algo he hecho bien de nuevo, pero no sabría decir qué. Por vergüenza, oculto en casa lo del premio, como si escribir fuera, en efecto, otro modo de mearse en la cama. Fantaseo sin embargo con la idea de que se entera mi padre. Que se entera y que lee el relato premiado, que trata de un hombre que no quiere a su hijo, un hijo cuya vida, en cambio, no tiene otro sentido que la búsqueda de la aceptación paterna. He ahí una gran meada. Quizá, de todas las mías, la que más asco le daría ver, la que lo confirmaría en su rechazo.

Oculto en casa lo del premio, como si escribir fuera otro modo de mearse en la cama

El caso es que entre unas cosas y otras mi madre se entera de lo del premio y me pide el texto. Lo lee delante de mí y llora. Yo permanezco inexpresivo por fuera, pero ardo por dentro. Ardo de vergüenza y de satisfacción y de pánico, y de qué más ardo; de muchas cosas: ardo de vanidad, y de una suerte de venganza cumplida, y de piedad por mí mismo, porque ese chico al que su padre no quiere se suicida en el cuento al regresar un día del colegio, arrojándose por un puente que da a la autopista. Ardo también entonces del miedo a que mi madre reconozca ese puente. Y siento por el personaje del relato la misma pena que sentía en aquella época por mí. Pero mi madre no asocia el puente del niño suicida de la ficción con el del niño asesino de la realidad, no advierte que se trata del mismo puente, y del mismo niño. ¿Significa que soy libre?

Cuando lo termina de leer, se enjuga las lágrimas y dice me has hecho llorar y qué gran cuento y que se lo envíe a mi padre y yo que no, que me da vergüenza y ella que qué vergüenza ni qué niño muerto (¡qué niño muerto!), que mi padre se sentirá muy orgulloso y le llama en ese instante por teléfono y le da la noticia y él dice que la había leído en algún sitio, pero que no pensó que se tratara de mí, como si mi nombre y mis apellidos, cuando se mencionan para algo bueno, tuvieran por fuerza que pertenecer a otro.

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